LETRAS QUE CURAN

Un pozo donde ir a beber

"De pequeña, incapaz de dormir a causa del miedo que ya con once años me hacía el mundo, me decía por dentro poemas"

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Laura López Granell

Laura López Granell / Fidel Masreal

Laura López Granell

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"La poesía no puede / detener el hambre / ni la guerra / ni la enfermedad / ni la poesía", dice un poema de Antonina Canyelles, poeta que ha merecido el premio Jaume Fuster de este año. Y es leerlo y subirse al rostro una sonrisa pícara. Es la sonrisa de quien sabe que tiene a su alcance una antorcha encendida que calienta y que arroja luz sin consumirse. Gracias, poeta, por recordarme lo que la precariedad del mundo y las dificultades del día a día, las guerras lejanas y las enfermedades cercanas, a menudo me hacen olvidar: que la poesía no hay quien la detenga, y que estará ahí siempre.

Una vez lo escribí: “incluso cuando no quiere, /sobre todo cuando no quiere, / el poema es consuelo”, y al hacerlo pensaba en los poemas que escribo, pero sobre todo en los que leo. Porque leer poesía, sin llegar a curarme nunca ni ser esa su finalidad, me ha salvado muchísimas veces y sé que lo seguirá haciendo. Leo en un ensayo de Anne Bogart que un poeta nómada de Senegal dijo a la poeta Antjie Krog que la tarea del poeta es recordar dónde están los pozos de agua potable.

Una vez lo escribí: “incluso cuando no quiere, /sobre todo cuando no quiere, / el poema es consuelo

Cuando la supervivencia de todo un grupo depende de los escasos pozos diseminados en el desierto, cuando todo el mundo ha olvidado dónde estaba el agua, el poeta es quien sabe dónde están los pozos y lo dice. Y Bogart hace extensiva la metáfora a la función del arte en cualquier cultura.

Busco el poema que me saque de donde estoy

Busco el poema que me saque de donde estoy, me digo cuando me cuesta la vida. Lo busco en las estanterías de casa, de la biblioteca, de la librería. A veces no necesito buscarlo mucho, que sé en qué rincón de la memoria lo guardo o en qué libro amarillento de qué poeta querido debo ir a releerlo. A menudo lo descubro donde no lo hubiera esperado nunca. Y me llevo el poema en la lengua. Contra el miedo, la ansiedad, la confusión. Contra el dolor de una mala noticia o pérdida. “Las cosas de valor / las he perdido / por el camino. / Ya sólo me queda / el valor.”, escribe Canyelles. ¡Y cómo me pone en valor el valor, cuando me la aísla de las cosas! Y cómo me hace sentir más valiente en la pérdida.

La poesía me ayuda a pensar en el sentimiento. Y está claro que esto no me pasa sólo a mí. Muchas personas se acercan a ella en un momento difícil ya menudo ya es amor para siempre. Dice la poeta Kikí Dimulà: “La poesía ayuda al igual que una gota de calmante en un océano de tristeza. No es poco.” Y no, como está el patio no es poco, y quizá sea el único que tenemos, y esta gota puede marcar la diferencia.

Hay poemas extintor —rompa el cristal en caso de incendio—, me alivian cuando una pregunta me cuece como una herida abierta. Como cuando de pequeña, incapaz de dormir a causa del miedo que ya con once años me hacía el mundo, me decía por dentro poemas, como quien se acuna sola, hasta que me dormía. La poesía me calma, pero no como un sedante; ¡que la poesía me quiere despierta! La forma que tiene de calmarme es mantenerme encendida. Porque encuentro serenidad pero también conmoción, rebeldía, visión. García Lorca aconsejaba a los jóvenes dejarse conmover -mover- por la poesía, nutrir con poesía "este grano de locura que todos llevamos dentro", sin el cual sería "imprudente vivir". La poesía nutre mi locura, dice: tienes razón -razones- de encenderte en este mundo roto y dice he venido a quemarlo todo con el lenguaje y dice soy espacio de libertad. Y pues, aquí tenéis un pozo al que ir a beber. Dónde ir a ver. Dónde ir a vivir. Hay agua para todos.