Análisis

La descomposición interminable de Vox Baleares

En el primer año de legislatura y con solo ocho diputados, la ultraderecha moderada se ha concentrado en la autodestrucción con un énfasis encomiable

La descomposición interminable de Vox Baleares.

La descomposición interminable de Vox Baleares. / D. M.

Matías Vallés

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Se necesita valor, para ser uno de los ocho diputados de Vox elegidos en Baleares el 28 de mayo de 2023 y presentarse hoy en el Parlament como si tal cosa. Desde el primer día, en que la ultraderecha moderada sacrificó nada menos que a su cabeza de lista Jorge Campos para dar entrada a Gabriel Le Senne de presidente del Parlament, el espectáculo ofrecido ha sido tan lamentable como inagotable.

El partido redentorista necesita a un salvador que lo rescate de su encomiable labor de autodestrucción. Desde la expulsión de Campos bajo la coartada de un escaño en el Congreso, Vox ha protagonizado una descomposición interminable. Dos tránsfugas (Cardona y Buades), dos amenazados de expulsión por sus propios compañeros (Le Senne y De las Heras), cinco amotinados pusilánimes (Verdú, Cañadas, Buades, Ribas y Rodríguez), dos rebeldes con perspectiva de patíbulo (Ribas y Rodríguez), tres hiperactivos que crean una Asociación fantasmagórica dentro de Vox (Buades, Ribas y Rodríguez), y una camaleona que traiciona primero al partido y después a los traidores para acabar de portavoz (Cañadas), además de insinuar una prohibición del uso de las playas a los mallorquines.

El catálogo de la descomposición interminable de Vox Baleares abulta por encima de lo imaginable en un solo año, sin necesidad de incluir la performance triunfal de Gabriel Le Senne, al ultrajar innecesaria y deliberadamente a Aurora Picornell. Tanto la ridícula rebelión zapatista del pasado enero como la violencia del presidente del Parlament contra las mujeres, que lo ha llevado a una imputación por delito de odio, han otorgado al partido balear la categoría de fetiche de los medios estatales. La simple apelación a la formación se recibe con una sonora carcajada, pese a que no se han divulgado la mitad de sus desastres.

Si los ocho diputados de Vox, que siguen cobrando su sueldo autonómico íntegro pese a su vocación de acabar con el régimen vigente, fueran sustituidos al azar por ocho ciudadanos cualesquiera, la situación mejoraría. Desde luego para Baleares, pero sobre todo para Vox. En sus desatinos, han exteriorizado las carencias abisales de Santiago Abascal, el peor líder de la ultraderecha europea.

La inconsistencia de Vox se advirtió desde el inicio de la legislatura, pero nada permitía prever que cada uno de los ocho diputados aspiraba en el fondo a la eliminación de los otros siete. Pese a su posición privilegiada, no supieron negociar con un PP que precisaba de su concurso, al margen de los logros subterráneos que alcanzaran los implicados en las conversaciones. Es incomprensible que el partido entrara en el Gobierno de Murcia, después de votar contra la primera investidura de López Miras, y que no exigiera plaza en el Govern de Prohens.

Gracias a Vox, los menores de Baleares pueden asistir a las corridas de toros que ya no se celebran en la comunidad. Por no hablar de que hasta un adolescente proclive a la ultraderecha prefiere la Playstation a un ceremonial trasnochado. El partido ha fracasado en la segregación educativa, pero ha triunfado a la hora de autosegregarse hasta la irrelevancia desmigajada.

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