Onze de Setembre
El independentismo se prepara para su Diada más difícil: dividido y debilitado institucionalmente
Las entidades independentistas se conjuran para rehacer puentes con un frente común en la Diada
La movilización independentista de la Diada será descentralizada en Barcelona, Girona, Tarragona, Lleida y Tortosa
La ANC carga contra ERC y valora positivamente el regreso fugaz de Puigdemont
Quim Bertomeu
Periodista
Licenciado en Periodismo y en Ciencias Políticas y de la Administración por la Universitat Pompeu Fabra (UPF). Sigue la actualidad política del Govern, del Parlament de Catalunya y el día a día de los partidos catalanes, sobre todo de ERC.
Desde que en el año 2012 empezaron a sucederse las manifestaciones multitudinarias de la Diada, este año el independentismo se enfrenta a su 11 de septiembre más complicado. Es así básicamente por dos motivos: en primer lugar, porque el movimiento atraviesa su momento más débil de poder institucional en una década. En mayo perdió la mayoría absoluta en el Parlament -pasó de 74 diputados a 61- y en agosto entregó la Generalitat al PSC de Salvador Illa. En segundo lugar, porque esta pérdida de poder ha llevado a algunos actores políticos del movimiento a exhibir descarnadamente sus diferencias, que parecen cada vez más irreconciliables.
La primera premisa del independentismo para intentar recuperar el pulso, como mínimo en las calles, ha sido organizar una manifestación de la Diada que intente recuperar la unidad del movimiento. Así, por primera vez desde el 2016, hasta seis entidades cívicas se han puesto de acuerdo para montar la protesta de forma consensuada. La ANC, Òmnium Cultural, la Associació de Municipis per la Independència (AMI), el Consell de la República, la Intersindical y el Centre Internacional Escarré per a les Minories Ètniques i les Nacions (CIEMEN), se han conjurado para "iniciar un nuevo ciclo" dentro del movimiento. El día de la presentación de la manifestación, el presidente de Òmnium, Xavier Antich, admitió que "cada día hay más independentistas desencantados y decepcionados", por lo que fijó como meta "tejer alianzas para conseguir el objetivo común".
El problema para el movimiento es que esta unidad es solo declarativa, ya que los hechos del día a día discurren de forma diferente. Hace un par de semanas, sin ir más lejos, la ANC volvió a pronunciarse duramente contra ERC por haber votado a favor de la investidura de Illa. Le reprochó haber fracturado "la estrategia unitaria seguida desde la sentencia de 2010 del Tribunal Constitucional contra el Estatut". Las relaciones entre las dos organizaciones hace años que se rompieron y ahora, desde la llegada a la presidencia de la ANC de Lluís Llach, parecen simplemente irreconducibles. Para ERC, la Assemblea está lejos de ser la entidad influyente y transversal que fue -la consideran un satélite en la órbita de Junts-, por lo que no se han molestado ni en contestar.
Pero las discrepancias no son solo entre esta entidad y los republicanos. Son múltiples, cruzadas y variadas entro los actores del movimiento. Ya prácticamente ha dejado de ser noticia que la ANC y Òmnium, aunque organicen actos conjuntos, vayan por caminos distintos. En los discursos finales de la manifestación del año pasado, en la plaza España de Barcelona, se vio como Dolors Feliu (ANC) cargaba contra la posibilidad de investir a Pedro Sánchez (PSOE), mientras que Antich (Òmnium) pedía coordinación a la hora de negociar.
Pero si hay una enemistad que hace imposible cualquier horizonte de unidad independentista es la que mantienen ERC y Junts. Llevan años enfrentados, pero la decisión de los republicanos de investir a Illa ha acabado por romper la relación. Tanto un partido como otro han convocado para otoño sus respectivos congresos para reinventarse y repensar su estrategia, pero no hay señales de una cierta voluntad de recuperar la sintonía entre organizaciones. De hecho, el congreso de Junts tiene visos de plantearse como una opa a los votantes de ERC descontentos por haber investido a Illa.
Un ciclo electoral aciago
Si la falta de unidad independentista no será, estrictamente, una novedad en esta Diada, si lo será que es el primer 11 de septiembre desde 2012 -cuando empezaron las marchas multitudinarias- que se celebra sin un presidente de la Generalitat independentista. El último ciclo electoral ha sido aciago para los partidos soberanistas. No solo han perdido la Generalitat, sino que también se han quedado sin mayoría en el Parlament y no lideran ninguno de los 10 municipios más poblados de Catalunya. El único gran resorte de poder que le queda al soberanismo, que no es poca cosa, son sus diputados en el Congreso, claves para la estabilidad del Gobierno de Pedro Sánchez.
Así, esta Diada también servirá para poder analizar como impacta en la movilización en las calles que el inquilino de la Generalitat no sea soberanista. Hay dos hipótesis opuestas encima de la mesa: que la presidencia de Illa insufle aire nuevo al independentismo para salir a la calle con energías renovadas o, por el contrario, se convierta en un factor desmovilizador para una manifestación que ya lleva años sin llegar a las grandes cifras de asistencia de la década pasada.
Si se va al histórico de las cifras de participantes, las manifestaciones de la Diada se pueden dividir en dos ciclos. El primero, entre 2014 y 2018, se movieron siempre en cifras superiores al millón de personas. A partir de 2019, empezaron a bajar y también se inició la guerra de cifras entre la Guardia Urbana y los organizadores. El año pasado la policía habló de 150.000 personas y la ANC de 800.000. Consciente de la dificultad de volver a llenar las calles como antaño, esta vez las entidades han decido repartir la protesta en cinco ciudades: Barcelona, Girona, Lleida, Tarragona y Tortosa.
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