CRÓNICA

Diada de excepción

Daniel G. Sastre

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Otra Diada, otra manifestación histórica. Desde hace siete años, cada Onze de Setembre cientos de miles de independentistas salen a la calle y demuestran el vigor del movimiento con imágenes que asombran al mundo. La de este 2018 no fue una excepción: la avenida Diagonal, la arteria más emblemática de Barcelona, se colapsó desde primera hora de la tarde con una marea de color coral, el de las camisetas que vendió la ANC a 15 euros la unidad.

Pero la manifestación de este año era diferente a las otras. La muchedumbre era similar en número –un millón de personas, dijo la Guàrdia Urbana-, y  el ambiente a pie de calle era igual de festivo. Sin embargo, por debajo de la superficie afloraban las circunstancias que convertían esta Diada en una jornada de excepción.

La primera, la más visible, era la herida que ha dejado un año de convulsión política. El referéndum del 1 de octubre del año pasado, y la posterior declaración de independencia frustrada, ha provocado que los principales líderes políticos soberanistas estén ahora mismo encarcelados o huidos de la justicia española. El recuerdo de los presos y los ‘exiliados’ marcó toda la jornada: desde la tradicional ofrenda floral frente a la estatua de Rafael Casanova a los parlamentos posteriores a la manifestación de la tarde.

Por la mañana, un lazo amarillo en la solapa de Ada Colau daba cuenta de lo insólito del momento político. La alcaldesa de Barcelona hacía suyo por un día un símbolo que se ha vinculado al independentismo para protestar contra los “encarcelamientos injustos” de Oriol Junqueras y otros miembros del anterior Govern.

Más allá del lazo de Colau en la ofrenda floral –de la que de nuevo se ausentaron tanto Ciutadans como el PP-, el debate sobre la situación de los presos se hizo global con unas declaraciones de Josep Borrell a la BBC. “Yo personalmente preferiría que estas personas estuvieran en libertad condicional”, dijo el ministro de Asuntos Exteriores.

1.500 autocares

La incontenible riada de camisetas de color coral, en parte provocada por los 1.500 autocares que los organizadores hicieron llegar a Barcelona desde todas las comarcas de Catalunya, preludió el segundo momento de ruptura con las manifestaciones de años anteriores: la distancia cada vez mayor entre las entidades independentistas y los partidos políticos.

La magnitud de la concentración en la Diagonal seguramente envalentonó a los encargados de los discursos. Gente de toda edad y condición esperó a la hora acordada –de nuevo las 17.14 horas, en recuerdo del año en que las tropas austracistas de Barcelona cayeron frente al ejército borbónico- para participar en una “ola sonora”. Empezando por la plaza de Glòries y terminando en Palau Reial, un estruendo algo anárquico recorrió el gentío.

Cuando la ola llegó al final del recorrido, se derrumbó un muro de ocho metros de alto con diferentes mensajes e ilustraciones para escenificar que la gente puede derribar el 155, o las cargas policiales, representadas en otra imagen. En las partes del muro que quedaron en pie se podía leer ‘Independencia’ y ‘República catalana’, justo las consignas que se gritaron durante toda la concentración.

"Tratadnos como adultos"

Quim Torra comentó satisfecho que la manifestación daba inicio a la difusa “marcha por los derechos civiles, sociales y nacionales” que ha propuesto para  alcanzar la independencia. Pero la líder de la ANC, Elisenda Paluzie, respondió al presidente de la Generalitat desde el atril. “No digáis que todo lo tiene que hacer la gente en la calle, lo tenemos que hacer entre todos”, exigió a los partidos soberanista. “Tratadnos como adultos”, añadió.

Pero la estrategia de Esquerra, más contemporizadora, tampoco seduce a la ANC: Paluzie instó a olvidarse de un pacto con el Estado “que nunca llegará” para celebrar un referéndum, justo el camino que quiere recorrer ahora Junqueras. Así que a las hojas de ruta divergentes de los partidos independentistas les salió durante la Diada una nueva alternativa: la de la ANC, la de la vía directa sin importar las consecuencias.

 Una representante de los CDR, que advirtió de nuevas movilizaciones coincidiendo con el aniversario del 1-O y del “otoño caliente” que viene, y el abogado de Clara Ponsatí, que llegó a entonar el ‘No Pasarán’, completaron los discursos más inflamados. Y la CUP también advirtió de que la Diada constituye el punto de inicio de una ola creciente de movilizaciones.

Sánchez ofrece "ley y diálogo"

Mientras tanto, en el Senado, Pedro Sánchez seguía empeñado en cambiar el tono de la relación entre el Gobierno y la Generalitat por la vía de hacer oídos sordos a las declaraciones altisonantes. El presidente del Ejecutivo piensa que Torra no pasará de las palabras a los hechos, y durante la Diada prefirió templar los ánimos.

Eso sí: subrayó que “ley y diálogo” serán las dos palabras que “centrarán todos los esfuerzos del Gobierno”. “Uno de los principales problemas de Catalunya es la convivencia, no la independencia. Hay que instar a abrir un diálogo entre catalanes, y el Gobierno tiene que animar a ese diálogo”, añadió.

Pese a que las dos partes en litigio muestran voluntad de rebajar la tensión, y pese a que han cambiado los presidentes de las dos instituciones, los planteamientos de base del Gobierno y la Generalitat siguen tan alejados como hace un año. El 1-O y la represión de aquella jornada, además de las decisiones judiciales posteriores, amplían el memorial de agravios de ambos bandos. Las semanas que vienen serán decisivas para ver si existe alguna posibilidad de reconducir la situación.