INICIO DEL CURSO POLÍTICO

Un otoño de trinchera en Catalunya

Carles Puigdemont y Quim Torra, el pasado 28 de julio, en Waterloo.

Carles Puigdemont y Quim Torra, el pasado 28 de julio, en Waterloo.

Daniel G. Sastre

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Da igual qué tiempo haga: desde hace años, los otoños políticos en Catalunya siempre son calientes. Y tampoco importa demasiado el calendario, porque el otoño cada vez empieza antes. No ha terminado agosto y los partidos independentistas y los constitucionalistas ya pelean coma a coma el relato en múltiples frentes. La tensión creciente por los lazos amarillos, las escaramuzas de Carles Puigdemont contra el juez Llarena en Bélgica, la inminencia de la Diada y del juicio del 1-O… En la era de las ‘fake news’ un ciudadano puede informarse solo con contenidos que refuercen sus puntos de vista, pero desde cualquier perspectiva es evidente que Catalunya no es una balsa de aceite.

¿Hasta qué punto no lo es? Los protagonistas difieren. Puigdemont dice desde Waterloo, donde Quim Torra ha ido a iniciar el curso político catalán subrayando una vez más su interinidad al frente de la Generalitat, que vislumbra un otoño lleno de “nubes negras”. Pero tanto él como su antecesor en Palau, Artur Mas, niegan una y mil veces que el ‘procés’ haya roto la convivencia en Catalunya. “No hay fractura social, lo que hay es división. También la sociedad británica está dividida respecto del Brexit”, dijo Mas en Catalunya Ràdio.

Inés Arrimadas opina todo lo contrario. La líder de la oposición cree que sí hay fractura, y que los independentistas niegan que exista porque equivaldría a admitir que la han provocado ellos. La agresión, el sábado, de una mujer que arrancaba lazos amarillos en el parque de la Ciutadella es para ella una demostración de la degradación de la coexistencia. Ciutadans incluso ha convocado una manifestación para este miércoles, mientras el Govern dice que el caso no tiene nada que ver con la brega política.

Los Mossos, de nuevo en el centro de la pugna política

Torra se queja también de que la Fiscalía del TSJC vaya a investigar a los Mossos d’Esquadra por identificar a personas que retiran lazos amarillos. La tensión entre los que ponen y los que quitan estos símbolos es cada vez más evidente, y la policía catalana se halla de nuevo en el centro de la pugna política.

Tampoco hay paz interna en los frentes en conflicto. Puigdemont ganó en julio una importante batalla en el congreso del PDECat, cuando logró tumbar a la moderada Marta Pascal para poner al partido al servicio de su proyecto de agitación permanente. Pero este lunes ha sido el propio Mas quien ha evidenciado que la guerra no está ganada, y que algunas ideas del ‘expresident’ que proclamó la independencia y al fin de semana siguiente se fue a Bélgica generan resquemor.

Mas expresó sus dudas sobre la Crida Nacional per la República, la plataforma con la que Puigdemont pretende aglutinar a todo el independentismo para ir a las elecciones cuando el momento –y el proceso por el referéndum del 1 de octubre- lo aconsejen. Pero en vista de que tanto ERC como CUP ya se han desmarcado del plan, y como quiera que él ya encabezó un movimiento similar, Mas no lo ve claro. Tras decir, más en las tesis de ERC que en las de Puigdemont, que el soberanismo debe “ampliar su apoyo social”, el ‘expresident’ ha explicado que aún no se ha adherido a la Crida.

Paro de país

Mas cree que a Catalunya le conviene una “diferenciación de opciones ideológicas” para que nadie se sienta huérfano de espacio político. “La Crida tiene sentido si de alguna manera encuentra la forma de unir la acción soberanista. Si no, se debe plantear en forma de movimiento social”, ha dicho. Pero los objetivos de Puigdemont parecen más ambiciosos, porque en el ámbito asociativo la ANC ya ejerce esa labor de agitación que precisa el ‘expresident’. Este lunes, sin ir más lejos, ha planteado un nuevo “paro de país” para conmemorar el 1-O.

En cuanto a los constitucionalistas, también están muy lejos de ir todos a una. Al PSC le parece que Ciutadans sobreactúa, y su secretario de Organización, Salvador Illa, pide “sensatez y prudencia a todo el mundo” y anuncia que no secunda la manifestación que ha convocado Arrimadas. Mientras, el PP intenta encontrar un hueco para que su mensaje no quede sepultado.

Como cada año, lo que pasa en Catalunya condiciona el escenario general español. Y más aún en este 2018, en el que se ha producido un inopinado cambio de inquilino en la Moncloa. Pedro Sánchez calibra ahora si le conviene adelantar las elecciones a rebufo de su espectacular crecimiento en las encuestas, o si intenta llegar hasta el final natural de la legislatura, en el 2020. En ese caso, es consciente de que el PP, enrabietado por la fulgurante defenestración de Rajoy, y Ciudadanos, descolocado tras el cambio de escenario, le van a sembrar el camino de minas.

Gobernar con 84 diputados

La exhumación de Franco o la defensa del juez Llarena en Bélgica son solo algunas primeras muestras de lo difícil que es gobernar España con 84 diputados en el Congreso. En el primer caso, el anuncio de la abstención del PP, que no ha querido quedarse solo defendiendo la permanencia de los huesos del dictador en el mausoleo que se construyó, es una victoria para Sánchez. En el segundo, la oposición y las asociaciones de jueces y fiscales han doblado el brazo del Gobierno, que ha tenido que explicar que sí contratará un bufete para defender al magistrado del 1-O.

A Puigdemont le parece “gravísimo” que Sánchez vaya a hacerse cargo de la defensa de Llarena. Y, mientras advierte sobre las “nubes negras” de otoño, acusa al PP y a Cs de “flirtear” con la violencia y de haber creado un "laboratorio de la ingeniería de la confrontación". Que es exactamente lo mismo que le reprochan a él sus adversarios.