Terrorismo islamista en las prisiones
Ni un yihadista menos
Juan José Fernández
Redactor Jefe
Reportero.
Profesor en el Master de Periodismo Avanzado – Reporterismo de la Facultat de Comunicació i Relacions Internacionals Blanquerna (Universitat Ramon Llull).
Diplomado por el CESEDEN en Altos Estudios de la Defensa Nacional.
Fue jefe de Información y reportajes y jefe de Redacción de la revista Interviú durante 19 años.
Juan José Fernández
En dos años de vigencia de un plan para desradicalizar a yihadistas encarcelados, ninguno ha abandonado aún su fanatismo, confirman fuentes penitenciarias.
Tampoco son muchos los sometidos a tratamiento. De 252 presos radicales islamistas en las cárceles españolas, 23 han aceptado entrar en el programa, que se ofrece en ocho cárceles, según la Secretaría de Instituciones Penitenciarias, dependiente del Ministerio del Interior. De esos presos, una decena ha aceptado confesar delitos a la Fiscalía buscando mejorar su vida en prisión, pero sin dar marcha atrás en su ideología de odio.
Lo que para sindicatos y funcionarios expertos son "solo" 23 presos y "únicamente" ocho cárceles de las 27 que albergan a yihadistas, para Interior no es poco teniendo en cuenta que ese es "uno de los colectivos más refractarios a la reinserción", explica un psicólogo penitenciario madrileño.
El extremismo no retrocede entre rejas. Enraiza en la desesperación de presos comunes musulmanes. Grafitti en árabe afirmando que "no hay más Dios que Alá y Mahoma es su profeta" menudean intramuros, relatan fuentes penitenciarias. Es la jaculatoria que recitan los terroristas suicidas; también es el emblema de la bandera negra del DAESH.
La mayoría son solo pequeños letreros rayados en una pared. Pero son muy provocadores si, como el de la foto, tomada en la cárcel de Estremera (Madrid) en mayo de 2017, aparecen antes de una matanza como la de Barcelona.
17 traductores
El Programa Marco de Intervención en Radicalización Violenta con Internos Islamistas se describe en la orden de Instituciones Penitenciarias 1-02/2016, que emitió el anterior secretario general, Ángel Yuste, el 25 de octubre de 2016. Con ella se pretende "prevenir la captación para la causa radical islámica en los centros penitenciarios".
Contra la exposición de intenciones de aquella circular se impone la realidad cotidiana. "Nos faltan traductores de árabe. Por más que pongas oído en el patio o sigas la homilía del imán el viernes en el comedor, no entiendes nada –relata un veterano funcionario–. Te tienes que fiar de lo que te cuente un morito de confianza". Y es aún peor si los internos magrebíes dejan de hablar español y escogen dialectos o lenguas como el tamazirt bereber.
Instituciones Penitenciarias tiene 17 traductores de árabe para las 69 prisiones del Estado; hay además 13 catalanas en las que no consta traductor permanente. Así "es muy difícil controlar los escritos en árabe que les llegan a los internos; si hablan de recuperar Al Andalus, por ejemplo", relata el funcionario veterano. Al menos se filtran bien los de los internos sometidos a intervención de las comunicaciones, y los folletos que tienen origen en Alemania, donde el DAESH tiene un aparato editorial para Europa, explican fuentes de la Seguridad del Estado.
En Instituciones Penitenciarias restan gravedad a la escasez de traductores: "La lingüística es una vía para la detección de la radicalización, pero hay muchas más, como la actitud, las relaciones, la apariencia…"
La ley del rebaño
El preámbulo del programa de desradicalización explica que, entre rejas, "la formación de grupos cerrados de carácter étnico-religioso puede ser utilizada como un factor que propicie la radicalización".
La ley del rebaño es el problema. "Los yihadistas son un colectivo pétreo –explican fuentes penitenciarias no oficiales-. Si un etarra tarda de media ocho años en ablandarse, a estos habrá que echarles más paciencia". Cualquier plan de tratamiento choca con el cerrojo de las pequeñas comunidades de "creyentes", cuentan fuentes penitenciarias.
El plan clasifica a los presos FIES (Fichero de Internos de Especial Seguimiento) del terrorismo islámico en tres categorías. En el grupo A están los condenados por pertenencia a banda armada yihadista, internos "con fuerte arraigo de valores e ideología extremista". Lo integran 134 reclusos.
En estos duros se apoya el grupo B; 35 hombres a los que el plan atribuye "liderazgo captador proselitista". Tras su "misión de adoctrinamiento", pueden llevar a cabo "actividades de presión y coacción".
El objetivo de estos predicadores es el grupo C, una grey que el plan cree formada por presos en "un proceso incipiente de consolidación o radicalización". Uno de sus síntomas: desprecian o imprecan a los musulmanes no radicales del módulo. De estos, Interior cuenta 83.
Matar en Lloret
El programa de desradicalización no tiene presupuesto específico; forma parte del trabajo de los trabajadores penitenciarios. Tienen más dinero, de fondos reservados, los programas de alerta e información. A raíz de la matanza del 11-M (Madrid, 2004), Interior creó los Grupos de Control y Seguimiento, uno en cada centro penitenciario. Controlar a los islamistas radicales en prisión pasó a ser objetivo prioritario para vigilantes y jefes de servicio. Quedó atrás la figura del guardia civil esperando al funcionario de prisiones en un bar a la puerta de la cárcel para charlar.
Pero hay problemas: "No tenemos objetivos claros, porque la información no es de ida y vuelta. Informamos, pero la Guardia Civil no nos dice qué quiere exactamente; en qué debemos fijarnos", se queja un profesional de la seguridad penitenciaria.
De la importancia de los Grupos de Control da idea un inquietante informe del de la prisión Madrid II, incluido en el sumario del 17-A y aún no suficientemente investigado.
El 11 de septiembre de 2017, Mohamed Houli Chemlal, el yihadista superviviente de la explosión de Alcanar, pidió hablar porque sentía "miedo por su familia". Y desveló que Abdelbaki Es Satty, el imán de Ripoll, "conocía a otro imán, que tenía otro grupo como nosotros, de ocho o nueve personas. Ese grupo era de Francia y tenían pensado pasar a España por Andorra, comprar armas y atentar en Lloret de Mar".
En la misma confesión al Grupo de Control de Alcalá Meco, Houli contó que sus compañeros de célula le dijeron: "Ya verás cuando el imán baje lo que guarda en los agujeros de la montaña", y explicó que podían ser "armas o explosivos y que se referían a las montañas que hay por Ripoll".
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