Cómo han podido
Un éxito no programado
El formidable empuje de la televisión y un ideario agresivo que supo encauzar el desencanto de la gente con el bipartidismo han aupado el fenómeno de Podemos. El líder, Pablo Iglesias, y los otros cuatro eurodiputados afrontan ahora el desafío de responder a las expectativas.
Martin Luther King no dijo «tengo un plan de infraestructuras». Dijo «tengo un sueño». Podemos tampoco tiene un plan de infraestructuras. Ni comité de dirección. Ni sede. No tienen correo corporativo. Ni tarjetas de presentación. Usan sus móviles. Sus mails personales. La reunión de balance electoral la improvisaron apiñados en casa de un amigo, en el barrio madrileño de Malasaña. Parte de sus carteles electorales eran folios donde pintaron «Podemos» con rotulador de colores. Repartieron su programa a las puertas de los colegios, a las cinco, entre bocatas de Nocilla y niños en chándal. Hicieron la campaña en una furgoneta porque el altruismo del crowdfounding no les daba para aviones ni en low cost. Tampoco tienen estructura, ni militantes, ni carnets del partido, ni plan de ruta. De hecho, no tienen casi nada y ese es, en realidad, su mayor tesoro: lo único que poseen es un sueño y cinco eurodiputados.
En comunicación política esta imagen de debilidad da votos se denomina efecto underdog. Se trata de la conexión especial, una química, un sentimiento de solidaridad que se despierta en los electores hacia partidos pequeños, o candidatos que parten como perdedores. En un contexto de ira contra las instituciones, el efecto underdog puede resultar tan beneficioso que en Estados Unidos vuelve a ponerse de moda en las campañas, e incluso candidatos con presupuestos astronómicos reparten fotocopias en blanco y negro para hacerse los pobres.
El equipo de Podemos no tuvo que fingir, porque en realidad solo tenían 130.000 euros recaudados, pero les vino de perlas despertar esa solidaridad entre los votantes. Ese es su éxito: más que convencer en lo racional, armaron una campaña para seducir, con constantes apelaciones a los sentimientos y la emotividad.
«Lo más emotivo es cuando terminas un mitin y alguien mayor te abraza, y te dice que le has devuelto una ilusión que no tenía desde el 82. Cuando vi que nos enseñaban a pegar carteles entendí que nuestra fortaleza es la ilusión», explica el político revelación, Pablo Iglesias. Belén Barreiro, socióloga y directora de la empresa de investigaciones Myword, sostiene esta misma idea. «Es cierto, la gente quiere sueños, y Podemos ha conseguido transformar la desesperanza en ilusión. Eso es crucial. Y lo consiguen porque trasladan el clásico eje izquierda-derecha, que tanto hartazgo despierta, a un discurso élite-ciudadano, en el que la gente pide justicia».
Ilusión, kilómetro cero
¿Dónde nace esa ilusión? El movimiento 15-M y las acampadas en la Puerta del Sol inspiran a un puñado de politólogos y estudiantes de filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, que crean Juventud Sin Futuro, una plataforma que será el sustento intelectual de Podemos. Aparecen en la televisión del barrio de Vallecas, TeleK, y el éxito les lleva a montar La Tuerka, una tertulia de izquierdas. De ahí, a los focos y el estrellato: Pablo Iglesias, un profesor universitario sustituto, salta a los platós de las grandes cadenas españolas y se convierte en un tertuliano de prime time con su aspecto humilde y una oratoria brillante que enerva a la derecha mediática. Los vídeos se viralizan, y las audiencias encumbran a Iglesias en un liderato quien sabe si carismático o fugaz. Pero ya no hay vuelta atrás, el 11 de marzo Podemos se registra como partido político. Nace en plena campaña.
La tele da armas
Podemos inicia una campaña en positivo, que se nutre de la fractura entre el establishment (la «casta») y la sociedad. Además implementa un nuevo modo de comunicar. El mensaje de Podemos es más directo, se propaga como la pólvora en las redes sociales, desde abajo, pero, indudablemente también en la pequeña pantalla. «Gracias a la televisión, Pablo tenía a su favor que en el inicio de campaña era conocido por el 60% del electorado, cuando Willy Meyer [IU] no llegaba al 35% o Sosa Wagner [UPyD] al 20%», explica el vicepresidente de Metroscopia, José Pablo Ferrándiz. «Cuando supimos que Meyer era el candidato de IU nos llevamos una alegría tremenda», admite Tomás Mantecón, que todavía no tiene un cargo orgánico pero de momento es quien lleva a agenda de Pablo Iglesias, su sombra estos días.
No fue solo índice de popularidad. En los sondeos de opinión, Iglesias aparece como el político mejor valorado. Y un tercer logro: da argumentos a los ciudadanos desencantados con el bipartidismo y la partitocracia. «Los votantes de izquierdas no tenían argumentos y Pablo se los dio en televisión con un discurso muy comprensible. Cuando un votante tiene ese argumentario, puede articular y defender su voto en público», mensaje sencillo, le dimos a la gente herramientas para defender nuestras ideas en el bar o en el trabajo», argumenta Errejón. En resumen, traducen la teoría esnob de las élites extractivas en frases de barrio.
Para este politólogo, el reto era desterrar «el desprecio que ha mostrado siempre la intelectualidad de la izquierda al gallinero». «Mira, nosotros venimos ahora de Ana Rosa [Quintana], y no pasa nada, no somos exquisitos. Pablo va a estar en Bruselas de martes a jueves, y va a continuar en las tertulias aquí», anuncia, mientras mira de reojo el pincho de tortilla que acaba de pedir, porque son las once y sigue sin desayunar.
Robar al PSOE en casa
El fenómeno tiene a los sociólogos trabajando con la intriga de analizar cada número para observar qué hay detrás de 1,24 millones de votos que se fueron a Podemos. Hacen cruces estadísticos y ya tienen algunos resultados. Buena parte de los votos de Podemos son de electores que debutaban en las urnas. Pero muchos otros son de infieles: el 8% provienen de IU y el 4% del PSOE. En cifras absolutas, la mayoría son simpatizantes socialistas desencantados. «Sí, lo tenemos clarísimo, la mayoría son votantes socialistas tradicionales, y en contra de lo que pueda parecer, gente mayor», admite el director de campaña de Podemos. «Lo detectamos y decidimos cambiar los lugares de los mítines. Los primeros los hacíamos en el centro de las grandes ciudades, luego nos dimos cuenta de que teníamos que ir a los barrios socialistas. En Barcelona, por ejemplo, dimos el primer mitin en el Eixample y luego reaccionamos y fuimos a L’Hospitalet», confiesa Errejón.
Podemos descubre el nicho de socialistas dolidos y da un giro a la campaña. Se van a los cinturones rojos. Hacen campaña en los caladeros del PSOE, le roban el que fue el tema fuerza de Zapatero en 2008, la ilusión, y para colmo su líder se llama Pablo Iglesias, como el histórico fundador del socialismo.
El equipo de Podemos confiesa que se plantearon que conseguir un eurodiputado era ya un éxito. Cinco fue algo que no soñaban. «Nos faltó dinero y tiempo. En una semana más de campaña tendríamos 6 o 7», arriesga Errejón. Los sociólogos discrepan. «No creo que les faltase campaña», precisa Ferrándiz.
Demagogia y (neo)populismo
Podemos lleva una semana bajo una lluvia de dardos envenenados. Cuando anunciaron que los cinco eurodiputados conseguidos renuncian a parte de su sueldo y solo cobrarán 1.930 euros, les acusaron de populistas. La primera, Rosa Díez. Le siguió Felipe González, que les comparó irónicamente con la revolución bolivariana. El gurú de Mariano Rajoy, el sociólogo Pedro Arriola, les llamó «frikis». Y un amplio espectro de tertulianos y opinadores los tildan de demagógicos, porque consideran que sus planteamientos son maniqueos y reduccionistas. Incluso The New York Times los califica de antisistema y les augura un ascenso y derrumbe meteóricos. Pablo Iglesias se molesta con estas acusaciones. No cree que bajarse el sueldo sea populista. Anula de un plumazo los estudios que vinculan el salario bajo al aumento de corrupción. «Lo que me parece indignante es que un eurodiputado cobre 8.000 euros y viaje en business», afirma tajante.
El currículum de algunos miembros de Podemos ha dado todavía más argumentos a sus detractores. Juan Carlos Monedero, otro politólogo curtido en tertulias televisivas, trabajó en Venezuela como asesor de Hugo Chávez, y también en Ecuador y Bolivia, un currículum que le ha valido para ser acusado de colaborar con regímenes de extrema izquierda con tics dictatoriales. No es el único del equipo de Podemos con esta trayectoria. También trabajó como consultor político en estos países el director de campaña de Podemos, Íñigo Errejón, que se defiende: «Claro, trabajé allí, pero ahora lo que sucede es que fabrican etiquetas para asustar, esta semana hemos visto un intento acelerado de dar miedo».
Ni Monedero ni Errejón están entre los eurodiputados elegidos. A Bruselas se irá, además de Iglesias, una profesora de secundaria de Cádiz, Teresa Rodríguez; el exfiscal anticorrupción Carlos Jiménez-Villarejo, que con 72 años es el miembro con más experiencia y currículum; una emprendedora que tuvo que cerrar su negocio, Lola Sánchez, y un joven científico del CSIC con discapacidad, Pablo Echenique-Robba.
Podemos vive solo en tiempo presente. Del futuro no sabe nada. No tiene ni siquiera una estrategia y una línea de acción ya definida más allá de ser una fuerza política de izquierdas para cambiar el sistema y «devolver al pueblo lo que la casta le usurpa». Nunca cierra la puerta a posibles alianzas, pero tampoco las confirma. «Nosotros no estamos aquí para ser una fuerza testimonial, no nos conformamos con una representación del 8%», repite Iglesias como un mantra. ¿Pero pactarán con otros partidos? «No nos vamos a pelear por la bandera. Yo digo como Anguita. Programa, programa, programa». Ofertas no les van a faltar. Iglesias tiene buenos amigos en IU, como Alberto Garzón, trabajó con ellos como asesor, y su novia es Tania Sánchez, diputada en la Asamblea de Madrid.
El epitafio escrito
Muchos analistas políticos y sociólogos han escrito estos días el epitafio sobre la lápida de Podemos. En primer lugar, porque el liderazgo de Pablo Iglesias puede diluirse en Bruselas. Aunque él quiere continuar en las tertulias un par de días por semana, luego las agendas marcan sus ritmos. Y las cadenas de televisión también. En segundo término, y no menos importante, Podemos tiene el reto hercúleo de convertir un programa aspiracional en una agenda de acción política, pasar de un puñado de deseos a una lista de decisiones. Pero incluso para ello, necesitan crear una mínima estructura que les permita ser operativos. Saben que no pueden funcionar con asambleas eternas para tomar cada decisión, pero no quieren dejar de escuchar a los ciudadanos.
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