EL ANÁLISIS
La política mediática
La notoriedad alcanzada en los platós de televisión por Iglesias, Terricabras y Nart no explica por sí sola su éxito en las elecciones
Antoni Gutiérrez-Rubí
Asesor de comunicación
ANTONI GUTIÉRREZ-RUBÍ
Pablo Iglesias, Josep Maria Terricabras y Javier Nart (Podemos, ERC y Ciutadans, respectivamente) han tenido un gran éxito electoral. Han sido, aunque en grado diverso, los vencedores de la noche europea. Sus diferencias ideológicas y personales son muy contrastadas, pero tienen un singular elemento en común: son habituales de la televisión como analistas y tertulianos. Esta coincidencia ha alimentado una explicación tan simple y mecánica como insuficiente. Se ha extendido la idea de que la notoriedad que se gana en las pantallas es, en buena parte, la garantía de su éxito en las urnas. Pero hay otras razones más de fondo, que también comparten, que profundizan y amplían esta interpretación tan reduccionista.
BIOGRAFÍAS / Pablo, Josep Maria y Javier tienen biografías densas. Sus trayectorias son públicas y trabajadas. Y aunque no fueran conocidos por la inmensa mayoría de la opinión pública, sí que lo eran en sus sectores y ámbitos de influencia. No son un producto. No son un invento. No han aparecido de la nada. Tienen pasado. Mejor dicho, tienen pasados y trayectorias -con matices importantes entre ellos-ricas y diversas. Es decir, son personas vividas y vitales.
PERSONALIDADES / Los tres tienen personalidades muy marcadas. No dejan indiferente. Caracteres y comportamientos muy acusados, con leves toques narcisistas (en alguno de los casos, muy acentuados) y que explotan sus señales de identidad sin miedos ni complejos. Se muestran, se exhiben. No domestican sus egos ni su proyección. Son más atractivos siendo más naturales, aunque puedan generar anticuerpos y recelos. No buscan agradar a todo el mundo. Y eso los hace auténticos y reales.
PALABRAS / Los tres saben polemizar (de ahí su presencia habitual en debates), utilizan el lenguaje y la argumentación con eficacia y práctica televisiva. Conocen las reglas, pero todavía más: conocen el extraordinario poder de las palabras. Las utilizan con precisión y percusión. Su calidad discursiva es propia de los buenos profesores. Su larga y constante presencia en la universidad les aporta una dosis de pedagogía indiscutible. Cuando hablan, tienden a explicar. Y eso les hace comprensibles, aunque no se compartan sus ideas.
RADICALES / En el sentido profundo de la palabra. Van a la raíz de los temas, desde su perspectiva ideológica y enfoque personal. Y lo hacen con una intensidad descarnada, sin aderezos ni condimentos. Directos. Sacuden, provocan, mueven conciencias. No temen a las ideologías, ni a las ideas. No renuncian a ellas. Buscan mayorías, pero no se diluyen. Son fuertes en entornos de indefiniciones y sin claridad. No temen (ni renuncian a) posiciones nítidas y, desde ahí, a buscar transversalidades que sumen. Nada que ver con el lenguaje neutro y la actitud del consenso. No son lo mismo. Lo saben, lo exploran y lo explotan.
Su presencia mediática va acompañada (y se retroalimenta) con comunidades digitales dinámicas y efervescentes: de la pantalla del móvil a la de la televisión y viceversa. Pero lo relevante es que aportan biografías comprometidas, personalidades fuertes, discursos claros y posiciones comprometidas. Justo de lo que la política tradicional carece.
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