Familia Real

Los Reyes son para el verano en el hotel Marivent

Mallorca define mejor que Madrid la imagen pública de Juan Carlos I y Felipe VI, ambos profundamente enamorados de una isla donde hoy reina Sofía de Grecia y con Letizia como última víctima de la seducción mediterránea

Una última foto de la familia al completo en Marivent en 2007.

Una última foto de la familia al completo en Marivent en 2007. / Lorenzo

Matías Vallés

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Felipe VI ama a Mallorca por encima de la mayoría de sus residentes. Visita la isla media docena de veces al año, a menudo de incógnito. Ha absorbido su paisaje hasta el punto de que percibe, antes de aterrizar en la base aérea de Son Sant Joan, la proliferación desordenada de la masa forestal. Advierte a las autoridades respecto a la amenaza de fuego, aunque por desgracia sin tiempo para evitar el incendio devastador de 2013.

Si alguien puede disputarle a Felipe VIla pasión por Mallorca, es Juan Carlos I. Antes del destierro informal a Abu Dabi, se consumó la expulsión de la isla donde el refundador de la monarquía veraneaba desde niño. El primer rey de la democracia había difundido su voluntad de reconquistar el palacio de Marivent a través de sus íntimos, con la excusa de participar en la Copa de Vela que lleva su nombre. Así lo publicamos, pero el hijo y titular de la jefatura del Estado apuntó el pulgar hacia abajo, una condena que jamás será olvidada.

¿Juan Carlos desea regresar a España o se conformaría con Mallorca? La isla define mejor que Madrid la imagen pública de los dos Jefes de Estado, porque nada hay más revelador que un traje de baño y los reyes son para el verano. Sin olvidar al padre y abuelo Don Juan de Borbón, instalado permanentemente en el yate Giralda del Club de Mar palmesano, bajo la tutela financiera de Mario Conde.

Conviene desterrar de entrada la imagen de que Juan Carlos I se distancia de Mallorca para perseguir sus aventuras extraconyugales por medio planeta. El entonces Rey se ausenta de Marivent porque no soporta que su esposa lo haya inundado de griegos, los miembros de su entera familia de gorrones apiñados en un palacio que se beneficia de su rango palaciego y sobre todo de su ubicación, porque en superficie no excede a las mansiones de Puerta de Hierro.

La frase histórica "Marivent parece un hotel" es una confesión literal de Juan Carlos I al autor, efectuada mientras aguardábamos por motivos diversos el aterrizaje de Constantino de Grecia en la sala de autoridades del aeropuerto de Palma. Un atareado Jefe de Estado tiene que acudir en persona a recoger a su cuñado, y aquí no puede hablarse de negocios, a diferencia de la recepción a pie de avión a Lakshmi Mittal, el billonario rey del acero. O a Nursultan Nazarbáyev, el dictador de Kazajastán agasajado por la Familia Real española en el suntuoso hotel Mardavall.

Marivent es un hotel, más bien un resort con varias unidades independientes. El Govern balear redondeó el palacio principal con tres villas, una para cada hijo de los Reyes. Con los gastos de mantenimiento asumidos íntegramente por la comunidad autónoma. En la actualidad, estas propiedades tienen una titular indiscutible, la Sofía de Grecia a quien sería más apropiado etiquetar de Sofía de Mallorca. Viaja continuamente a la isla, con su tono ordenancista de «no soy la Reina Madre ni la Reina Emérita, soy la Reina Sofía». Durante los años que estuvieron a punto de ocasionar una ruptura definitiva entre la Familia Real encogida y la isla, las fugaces estancias de Letizia y sus hijas solo servían de coartada para mantener el vínculo del complejo con su suegra.

Los Borbones y Mallorca es otra forma de escribir la historia de España. En esta retorcida familiaridad pueden distinguirse cuatro eras geológicas. La prehistoria sin corona ni demasiados registros fósiles que se remonta a los años cincuenta, el esplendor de Marivent, la fase de ruptura del vínculo que a punto estuvo de resultar definitiva, y la espectacular regeneración actual. Este resurgir se debe a uno de los prodigios más inesperados, la seducción mediterránea de la Reina actual.

Al contemplar las imágenes tomadas en Mallorca el pasado domingo, con Letizia Ortizcontemplando extasiada al octogenario Michael Douglas, debe valorarse la trayectoria simétrica de ambas personalidades. Fueron atraídos por sus cónyuges respectivos a una isla que ignoraban, y que presuponían que no sintonizaba con sus temperamentos dominantes. Poco a poco fueron intoxicados por la atmósfera relajada, hasta sentirse cómodos en el lugar más inesperado.

Nada de lo cual era predecible cuando el niño Juan Carlos de Borbón veraneaba en la Cartuja de Valldemossa junto a su amigo y compañero de internado suizo, Jaime Carvajal y Urquijo. El presidente de Ford España tenía una poderosa personalidad no lastrada por la soberbia, era acogedor sin perder la distancia. Su hija Victoria Carvajal, excelente periodista, fue la primera novia de Felipe de Borbón antes de casar con un heredero Entrecanales.

Es decir, el rey que odiaba la música clásica disfrutaba del veraneo en la vecindad de la celda cartujana donde Chopin escribió sus Nocturnos, bajo la tutela de la imperiosa George Sand. La vinculación con Mallorca se mantiene tras el matrimonio con Sofía de Grecia, que atrae a la isla a su madre, su hermano y el resto de la tribu. El refugio vacacional era por entonces un hotel auténtico, el Victoria que hoy lleva el sello de Meliá.

En aquellos tiempos, no había distancia de seguridad. O mejor, no había distancia ni seguridad. Dos hombres de sensible estatura se apean a duras penas de un Mini Cooper, aparcado sin demasiadas precauciones en una calle de Palma. Intercambian risas, se palmotean con familiaridad. Son Juan Carlos de Borbón y otra vez Constantino de Grecia, disfrutando de veraneos menos saturados que los actuales.

Así fue hasta que la Diputación de Mallorca da un vuelco al veraneo de la Familia Real, al habilitar como residencia regia veraniega el palacio de Marivent donado por el magnate Juan de Saridakis a la población de Mallorca. El magnate rumano Constantino Dragan se construyó una réplica a escasos metros, de donde se sabe que la estructura interior se articula en torno a un salón interior central, con una galería de habitaciones en el piso superior. No conviene exagerar sus facilidades. Dadas las estrecheces, solo amigos íntimos del adolescente Felipe de Borbón podían compartir la residencia, como su inseparable Kyril de Bulgaria con el que se peleaba en la cubierta de un yate, hay reportaje gráfico al respecto.

Marivent vale tanto como su fachada volcada al mar, donde una fragata vigila estas noches la tranquilidad de la Familia Real comprimida. Es el único palacio real con una parada de autobús a las puertas, Juan Carlos de Borbón inauguró un vecino Mercadona de lujo. Una anécdota permitirá evaluar la riqueza paisajística del complejo.

Corre el verano de 1990, Sadam ha invadido Kuwait. En Madrid, Pedro J. Ramírez y Julián Lago se saltan el pacto tácito de la inviolabilidad periodística de la monarquía, y asaetean a dúo la frivolidad del padre navegando a vela y del hijo cabalgando una moto acuática. Juan Carlos de Borbón tenía el genio corto. En la subsiguiente audiencia protocolaria con Félix Pons, estalla el monarca:

-Estoy harto de Mallorca, todo son críticas, no sé por qué vengo aquí.

El austero presidente del Congreso se limita a levantar en silencio el brazo con la mano vuelta hacia arriba, para mostrarle al Rey la estampa mediterránea a su espalda. Juan Carlos calla y concede.

Por comparación con los telegráficos veraneos de Felipe y Letizia, sus mayores se instalaban durante casi dos meses seguidos en Marivent, por no hablar de las vacaciones de Semana Santa y de las visitas espolvoreadas el resto del año. La dependencia era tan absoluta que la Casa del Rey no informaba del ocio estival, sino que se sentía obligada a expresar con escasa convicción que «el Rey traslada su despacho a Marivent».

Juan Carlos, al igual que Felipe González, nunca tuvo un despacho al uso. Durante los años del glamour de Marivent, solo un Jefe de Estado le superó en magnetismo popular. Bill Clinton, por supuesto, el primer presidente negro de Estados Unidos, que viajó a Mallorca con Hillary Clinton mientras estallaba el escándalo de Monica Lewinsky. Para entonces, el Rey de España ya había derrotado en carisma a Gorbachov Hável, o había conquistado a Lady Di hasta extremos herméticamente sellados. Mientras tanto, Sofía instruía a la esposa de Carlos III de Inglaterra en las facultades de sordera y ceguera indispensables en una reina.

Como en un bolero, Juan Carlos le arrancó a su tía Lilibet, también conocida como Isabel II de Inglaterra, un definitivo «solo he sido feliz en Mallorca». Sin embargo, el gusano ya había anidado en la manzana. En una jornada veraniega, Iñaki Urdangarin invitaba al president balear Jaume Matas a jugar al pádel en la pista adosada a Marivent, con el resultado de que ambos acabaron en la cárcel. Mientras el balonmanista declaraba ante el juez Castro, su entonces esposa enamorada se debatía a solas en el palacio mallorquín, como la Juana de Isabel y Fernando. La Infanta repetía una jaculatoria, ·«Iñaki lo explicará todo». Con perspectiva, suerte que Iñaki no lo explicó todo.

Las fisuras se convirtieron en grietas. Felipe y Letizia remoloneaban por el Caribe para librarse de la misa de Pascua familiar en la catedral de Palma. El entonces Rey lanza un ultimátum, y el apresurado regreso de los herederos se salda con un incidente internacional. Juan Carlos imponía su etiqueta desenfadada. Al recibir en el aeropuerto de Palma al rey Balduino de Bélgica y al presidente uruguayo Luis Alberto Lacalle, les señala con autoridad al cuello para que se despojen de la corbata, incompatible con el verano mallorquín. Y le obedecen, claro.

Los sabihondos insistían en que las acusaciones periodísticas implicarían que ni Cristina ni Iñaki volverían jamás a Mallorca. Cuando salió de la cárcel, el exduque se alojó en una lujosa habitación de un hotel mallorquín de primera línea de Escarrer Coderch. ¿Adónde apuntaba su terraza? A Marivent, de frente.

Se podría seguir indefinidamente, y la detallada historia queda por contar. Es posible que el embrujo no alcance a la generación de Leonor y Sofía Borbón Ortiz, porque Letizia interrumpió el vínculo marítimo que supone el cordón umbilical de los Borbones con Mallorca, antes de que Rajoy privara al hoy Emérito del yate Fortuna. Pero no descarten el más difícil todavía, y que la propia Reina deje de corretear sudorosa por los jardines del palacio mallorquín rellenos de magníficas esculturas de Joan Miró, para embarcarse en un velero de competición. Es probable que Michael Douglas se lo aconsejara.