Editorial

En el ecuador de los Juegos Olímpicos

Simone Biles, durante la final de salto.

Simone Biles, durante la final de salto. / Efe

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En el ecuador de los Juegos Olímpicos de París ya estamos en condiciones de analizar los pros y contras de la celebración deportiva, pero también del impacto sociopolítico que tiene un acontecimiento de esta magnitud. Debemos recordar, como explicita el especial de EL PERIODICO, los antecedentes que precedieron a la cita olímpica, en un mundo convulso, con dos principales conflictos vigentes (la guerra entre Rusia y Ucrania; la invasión de Gaza por parte de Israel y la hipotética deriva hacia una conflagración regional) y con un alud de campañas de desinformación y agitación que se centraron en anuncios de supuestos atentados terroristas, en un rebrote de la pandemia por coronavirus o en amenazas más o menos difusas sobre la seguridad.

El ataque “masivo y coordinado”, según las autoridades, a tres líneas férreas de alta velocidad justo en el inicio de los Juegos encendió todas las alarmas, en un ambiente enrarecido en toda Francia. Además, en otro orden de cosas, la ceremonia inaugural, que acabó de manera espectacular, tuvo muchos altibajos y generó todo tipo de polémicas, incluidas las religiosas y sociales por la famosa escena de la “última cena” o por el episodio de la Revolución Francesa.

En cualquier caso, la brillante elevación del pebetero como un globo aerostático que asciende hasta los 60 metros en los Jardines de las Tullerías y que simula el fuego olímpico rindiendo homenaje a los hermanos Montgolfier, se erige también como emblema de unos Juegos que, por encima de todo, han significado la resurrección del espíritu olímpico entre los espectadores y los protagonistas, ávidos de público y expectación después de la edición de Tokio (2021) en plena pandemia.

París ha apostado por un evento deportivo que se desarrolla mayoritariamente en plena ciudad y que exhibe la “grandeur” francesa con los más conocidos edificios y monumentos como extraordinario telón de fondo o escenario, empezando por un Sena que promete volver a ser un espacio amable (y aprovechable) para la ciudadanía después de más de diez años de trabajos de salubridad y más de 1.400 millones de euros invertidos. Aun así, uno de los momentos más críticos fue el de la disputa del triatlón en unas aguas con elevados índices de contaminación fecal hasta el mismo momento de una prueba que centró las polémicas.

En cuanto a lo estrictamente deportivo, hay dos nombres propios que destacan por encima de los demás. Las cuatro medallas del nadador Léon Marchand le han convertido no solo en héroe nacional francés sino en referente mundial. Asimismo, la impresionante exhibición de la gimnasta Simone Biles, la mejor de toda la historia, recuperada del desequilibrio físico y mental de Tokio, representa un triunfo de la resiliencia y el esfuerzo y también un ejemplo de superación en el más puro espíritu olímpico.

La delegación española, a la espera de los probables éxitos colectivos (en disciplinas como el fútbol, el waterpolo o el baloncesto femenino) o de individualidades como Alcaraz en tenis, se ha tenido que conformar con el balance discreto de 1 oro, 1 plata y 2 bronces, con la mirada puesta en una semana que puede significar un cambio de tendencia en la consecución de las ansiadas medallas.

Dentro de siete días, el globo pebetero dejará de iluminar la noche parisina, pero podría ser que permanecería en la capital francesa como un monumento al estilo de la que fue “efímera” Torre Eiffel en 1889. Sería señal que los JJOO acabaron en paz y sin más contrariedades.