Opinión |
Xenofobia
Carles Francino

Carles Francino

Periodista

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El espejo y los forasteros

Deberíamos reconocer que el racismo tiene grados, sí, pero sigue siendo racismo

Tossa de Mar recibirá el lunes 200 migrantes procedentes de las Canarias

Vinicius carga contra España: “Si antes de 2030 no evoluciona con el racismo, habría que cambiar de lugar el Mundial”

El jugador del Real Madrid, Vinicius Jr.

El jugador del Real Madrid, Vinicius Jr. / EP

“Si pudieras ir de vacaciones a Canarias, ¿qué lugar elegirías? ¿Uno al que lleguen cayucos ...u otro más tranquilo?”. Un amigo me planteó el dilema de sopetón y tuve que admitir que la segunda opción era, sin duda, la más atractiva. Aunque es obvio que la pregunta resultaba tan tramposa como cuando alguien te suelta: “si tanto te gustan los que vienen de fuera, acógelos en tu casa”. Eso es la asimilación del extranjero como una amenaza y la renuncia a intentar entender la complejidad del fenómeno. Y, además, un camino muy peligroso, desde luego, pero hace tiempo que hemos incorporado este tipo de frases a la conversación pública sin que apenas nos chirríe. Por eso el alcalde de Badalona alimenta su leyenda de Clint Eastwood –o de Cid Campeador- frente a los moros. Y por eso mismo el alcalde de Tossa de Mar argumenta, sin ningún remordimiento, que meter doscientos negros en el pueblo en plena temporada de verano no es bueno para el turismo. Incluso habla, despectivamente, de discursos “chupi guays" para defenderse de las críticas.

Tal vez deberíamos atrevernos con más frecuencia a mirarnos en el espejo para reconocer que el racismo tiene grados, sí, pero sigue siendo racismo. Por ejemplo, los animales que insultan a Vinicius en los campos de fútbol están en la franja alta; y son una minoría, es verdad. Pero él tiene razón cuando denuncia que manchan la imagen de todos. Vinicius nunca aseguró textualmente que España fuera un país racista, pero le han crucificado como si lo hubiera dicho; y eso me huele a reacción de mala conciencia. Esta semana se estrena una película, titulada 'L’àvia i el foraster', que precisamente hace eso de situarnos frente al espejo. Es una historia pequeña, tierna, pero que ocurrió en la vida real en un pueblecito valenciano. Aquí no aparecen cayucos, ni dramas en el mar, ni menores hacinados. Es solo un modesto comerciante paquistaní -el “paqui” de toda la vida- con un gran talento como sastre, que se ve obligado a ocultar. ¿Por vergüenza, por pudor? No. Por racismo, por xenofobia. Conclusión: si salimos feos en la foto, no echemos la culpa al fotógrafo. 

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