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Cine
Jordi Puntí

Jordi Puntí

Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.

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Un servicio público

Subimos al bus, vamos en metro y la rutina diaria difumina lo que nos rodea. Pasamos sin fijarnos, pero esos pasillos y calles también son el decorado de nuestra memoria colectiva

Crítica de 'El 47': Cine de denuncia amable y eficaz

Crítica de 'Estación Rocafort': El metro y sus fantasmas

Fotograma de la película 'Estación Rocafort'

Fotograma de la película 'Estación Rocafort' / Nostromo Films

Este fin de semana llegan a los cines dos películas cuyo escenario son los transportes públicos de Barcelona. Por lo que he leído en la promoción, 'El 47', dirigida por Marcel Barrena, recupera una historia real de 1978, cuando un conductor de autobús secuestró un vehículo de la línea 47 para desviarlo hacia Torre Baró; se demostraba así que los buses sí podían subir hasta Canyelles y los barrios altos (y obreros) de la ciudad. El otro filme es 'Estación Rocafort', dirigida por Luis Prieto, y narra una historia de terror a partir de una leyenda de tiempo atrás, según la cual en la parada de metro Rocafort, línea roja, se producían suicidios y muertes inexplicadas.

Argumentos y actores aparte, seguro que para los barceloneses ambas películas tendrán tirada, porque nos sitúan en espacios reconocidos. Subimos al bus, vamos en metro y la rutina diaria difumina lo que nos rodea. Pasamos sin fijarnos, pero esos pasillos y calles también son el decorado de nuestra memoria colectiva. Se añade todavía otro aspecto: como los transportes cruzan la ciudad y atraviesan barrios, nos igualan como pasajeros. Basta con tomar el 47 en la Barceloneta y hacer toda la línea hasta la Guineueta para comprender que es también un trayecto social.

El poder evocador del transporte público es abono para la imaginación. Por citar sólo tres títulos, pienso en el protagonista de la novela 'Taxi', de Carlos Zanón, deambulando sin rumbo por la ciudad y nutriéndose de las historias de sus clientes. O en el narrador de 'Línia blava', de Ramon Solsona, que coge el metro en la plaza Eivissa y mientras hace el trayecto hasta el final se va imaginando cómo es la vida de los demás pasajeros —“chismorreo fantasioso”, dice él—. O en el 'Conte del vell tramviaire', que Jesús Moncada incluyó en su 'Històries de la mà esquerra'; el día en que debe jubilarse, un conductor secuestra su tranvía, manda bajar a los pasajeros y empieza a circular él solo por la línea, como si con el movimiento perpetuo pudiera ir atrás en el tiempo: son ideas, más material literario ahora que el tranvía circula por la Diagonal…

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