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Carles Francino

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Periodista

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El país fantasma

Abjurar de la existencia de España, como un niño malcriado por la vía de no mentarla, ofende la razón

Carles Puigdemont, el passat dia 8 a Barcelona. | CESAR MANSO / AFP

Carles Puigdemont, el passat dia 8 a Barcelona. | CESAR MANSO / AFP

No existen medidores neutrales para calibrar las cosas que nos molestan. Y vaya por delante que, en algunas cuestiones, tal vez yo mismo acumule un exceso de susceptibilidad. No lo niego. Pero es que este verano, en mitad de la ópera bufa que fue la tocata y fuga de Puigdemont, anduve pegado a la radio para no perderme detalle; desde la filípica del expresident ante sus incondicionales hasta el ridículo policial, burlados los mossos por un montaje de sombreros de paja, digno de figurar en un 'sketch' de la pantera rosa. El desvarío de la “operación jaula”, como si estuvieran persiguiendo a un peligroso terrorista, agrandó una mancha reputacional muy dolorosa para la policía catalana. El resucitado Trapero va a tener trabajo, desde luego. La cuestión es que, en las horas posteriores a su espantada, la gran duda era saber dónde estaba Puigdemont; si permanecía escondido en algún lugar de Catalunya o había conseguido poner tierra de por medio, como así fue. Y ocurrió que, en ese contexto, un locutor le preguntó al abogado, Gonzalo Boye: “¿Es posible, pues, que Puigdemont esté fuera...del Estado?”.

Ahí es donde cualquier lector puede llamarme tiquismiquis; no lo critico. Pero es que son ya tantos años asistiendo a esa pueril campaña para omitir la palabra España que ya no sé si cabrearme o descojonarme. Sé que la intención de los negacionistas tiene un fondo político, claro, pero a mí me resulta directamente ridículo. Porque España -como Catalunya, Alemania o Uzbekistán- es un territorio con sus ríos, sus cordilleras, sus carreteras, sus bosques...y un Estado es otra cosa: un entramado jurídico-político que regula la vida de personas e instituciones y del que, por cierto, la Generalitat forma parte. Al menos, de momento. España puede ser un país más o menos atractivo, podemos discutir sobre sus poderes fácticos, sobre las fallas del sistema; puedes tener la voluntad de permanecer dentro o independizarte. No pasa nada. Pero abjurar de su existencia, como un niño malcriado por la vía de no mentarla, ofende la razón. Y también a muchas personas. ¿Es necesario?. 

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