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Ciencia
Salvador Macip

Salvador Macip

Director de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC y catedrático de medicina molecular de la Universidad de Leicester.

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Deportes, testosterona y género: no es tan sencillo

¿Cómo podemos hacer que las competiciones sean justas? La respuesta no es sencilla. Separar atletas por género funciona a grandes rasgos, pero ya hemos visto que deja áreas grises

La boxeadora argelina Imane Khelif responde con el oro a la polémica sobre su género

La boxeadora intersexual de Taiwán gana sin inmutarse y entre vítores

La argelina Imane Khelif.

La argelina Imane Khelif. / EFE

Los Juegos Olímpicos de este verano han dejado, como siempre, un puñado de imágenes para la posteridad: ejercicios impecables, récords imposibles y otros hitos que celebran el esfuerzo y los límites del cuerpo humano. También han puesto sobre la mesa una polémica que es más antigua de lo que parece, a pesar de que ahora ha cogido nuevas connotaciones en el marco de un nuevo movimiento que defiende la flexibilidad del concepto de género y cómo se tiene que definir: las protestas por las victorias de las boxeadoras Imane Khelif y Lin Yu-ting, de quienes creían que era injusto que compitieran en la categoría femenina.

No hay bastante espacio aquí para hablar de las implicaciones de cómo definimos qué es una “mujer”, un tema que incluso enfrenta a diferentes facciones del feminismo. Centrémonos, pues, en la parte deportiva: ¿dónde ponemos la frontera para compensar la ventaja física de los hombres en muchas disciplinas, por el hecho de tener niveles más altos de testosterona, que impide que pueda competir todo el mundo junto?

La avalancha de victorias de las atletas de Alemania del Este entre los años cincuenta y los ochenta, cuando había un programa secreto de dopaje institucionalizado, demuestra que se puede ser una mujer, tanto por sexo como por género, pero tener algunas características biológicas más próximas a las masculinas. Así pues, no basta con mirar los cromosomas y poner los XX en un lado y los XY en el otro. El caso de Khelif podría ser otro ejemplo: hay síndromes en los cuales, a pesar de tener el cromosoma Y y producir testosterona a niveles masculinos, las células no responden porque les falta un receptor y, por lo tanto, el cuerpo se desarrolla y comporta como el de una mujer. En estas raras ocasiones, el sexo biológico no se corresponde con el cromosómico.

No está claro que Khelif o Yu-ting sufran este síndrome o que, por los motivos que sean, tengan niveles más altos de testosterona, a pesar de los rumores que circulan, porque los análisis que se les ha realizado no se han publicado para proteger su intimidad. Pero el hecho que las redes sociales permitan que el odio que escupe cualquier individuo llegue a su destinatario, por muchos cortafuegos que se intenten poner, ha hecho que ambas hayan tenido que aguantar abusos de personajes tanto conocidos como anónimos. Esto es injustificable, pero defender a las víctimas de linchamientos masivos, necesario como es, no nos tendría que distraer de la cuestión principal, que continúa siendo igual de válida: ¿cómo podemos hacer que las competiciones deportivas sean justas?

La respuesta no es sencilla. Separar atletas por género funciona a grandes rasgos (pero en algunos deportes, donde la fuerza no importa, podría ser innecesario, como tiro, surf o ping-pong), pero ya hemos visto que deja áreas grises, más allá de si la etiqueta tiene que ser autoproclamada o validada biológicamente. Igual que en el boxeo estratificamos a los concursantes por el peso, porque tener más masa muscular es claramente una ventaja, quizás habría que recurrir a medir los niveles de testosterona en sangre para delimitar las categorías. Pero incluso dentro del mismo género masculino encontraríamos diferencias bastante importantes de testosterona para justificar algunas victorias. Y si vamos por aquí, ¿dónde nos paramos? ¿Tendríamos que separar también por altura, por ejemplo, a los nadadores? ¿Y los corredores de fondo que tienen genes que les permiten aprovechar mejor el oxígeno de los que no? Por mucho que unos entrenen y pongan ganas, no llegarán nunca a rendir tanto como los que han nacido con ciertos 'dones'.

Volviendo a la frase del principio, quizás los Juegos Olímpicos no celebran tanto el esfuerzo como las variantes del ADN con las cuales hemos nacido. No nos engañemos: los mejores atletas del mundo lo son no solo por las horas que se pasan entrenando, si no porque tienen una combinación única de genes. Por eso algunos han propuesto que lo que verdaderamente sería justo seria que todo el mundo tuviera acceso libre al dopaje que permitiera ecualizar esta ventaja genética. Este es el principio de los 'Enhanced games' que el empresario australiano Aron De Souza quiere organizar el año que viene. Naturalmente, es una propuesta absurda, porque pondría en peligro la salud de los atletas, pero si alguna vez el dopaje pudiera ser 100% seguro, quizás se tendría que tomar seriamente.

De momento, el problema de como hacer más equilibradas las competiciones deportivas requiere una discusión a fondo que ni siquiera nos estamos planteando. Los conocimientos científicos actuales nos dicen que la separación binaria entre hombres y mujeres es demasiado simplista pero, viendo cómo es de polémico el tema, parece poco probable que podamos ir mucho más allá.

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