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Estudiar y trabajar

Combinar formación y vida laboral puede ser una inversión de futuro o una obligación que resta oportunidades

De los nini a los sisi: uno de cada tres jóvenes que trabaja también estudia

Un alumno de FP de Relojería, en el instituto La Mercè.

Un alumno de FP de Relojería, en el instituto La Mercè. / Maite Cruz

Una vez más, los datos objetivos de las estadísticas desmienten algunos prejuicios establecidos. Como sucede con aquel que considera que un colectivo, el de los ninis (los jóvenes que han abandonado los estudios sin conseguir una titulación, o que han renunciado a ir más allá de su formación básica y al mismo tiempo ni trabajan ni, a menudo, buscan activamente un empleo) es representativo del conjunto de una generación. Y no es ni mucho menos así. Desde hace cinco años, según los datos combinados del informe sobre educación de la OCDE, el último informe del Consejo de la Juventud de España y la Encuesta de Población Activa, el 17% de los jóvenes de 16 a 24 años se encuentran en esta situación. Es un problema enquistado, y eso ya es suficientemente preocupante. Y además con unas dimensiones sin comparación con la mayoría de países de nuestro entorno, que suponen un fracaso personal, familiar y del sistema educativo que no consigue orientar a este grupo hacia una oferta formativa profesionalizadora. Pero este colectivo no ha engrosado, ni siquiera tras el efecto de desconexión que supuso para muchos el paréntesis pandémico, ni por supuesto es paradigmático de lo que está sucediendo en esta franja de edad.

En cambio, en este mismo periodo de cinco años sí ha aumentado, hasta suponer un 34% del total, el número de jóvenes españoles que compaginan sus estudios con el trabajo, entre los 16 y 24 años (8,5 puntos más que en 2019) y entre los 25 y 29 años (7 puntos más). Denominados sisis, como contrapunto positivo al nini, efectivamente ofrecen un ejemplo de esfuerzo que contradice la visión de muchos de sus mayores sobre la capacidad de sacrificio de los más jóvenes. Pero la situación que les lleva a esta doble actividad es variada y no necesariamente sinónimo de un éxito individual, o de nuestro sistema laboral y académico. Quienes ya tienen encarrilada su incipiente carrera profesional y siguen formándose en su campo para mejorar sus expectativas, o quienes están inmersos en un modelo de formación dual en el que combinan sus estudios y la práctica laboral, están haciendo una inversión en su futuro. Y en muchos casos, combinar un empleo a tiempo parcial con los estudios a dedicación plena permite un grado de autonomía personal que, en un panorama en el que la tardía emancipación de los jóvenes españoles supone una pesada factura tanto para su bienestar emocional, les ayudará a seguir en ese tránsito a la vida adulta. 

Pero, en cambio, la necesidad de mantener una actividad laboral (y no siempre en lo que los alemanes entienden como trabajos de estudiante, complementarios a la vida académica) para poder pagar los estudios puede ser, más que una inversión, una carga que puede reducir el rendimiento académico. O aumentar el desgaste psicológico cuando se deben combinar trabajos y estudios que en ambos casos deban ser a tiempo completo. Y estas situaciones parecen ser las mayoritarias en este colectivo de sisis. Se convierte, así, en un elemento más de desigualdad social, que pone en distintas situaciones de salida a quienes pueden permitirse una dedicación plena a los estudios u oposiciones (algunos de los cuales al exigirla fijan un corte de entrada a determinadas profesiones con un sesgo social) y quienes no tienen alternativa. Algo que solo una política realmente efectiva de becas podría nivelar.