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Preocupación policial
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De la reyerta al navajazo

La proliferación de las armas blancas facilita que una agresividad a flor de piel acabe trágicamente

Cuatro de cada 10 homicidios en Catalunya son por arma blanca

Pelea a navajazos en la Barceloneta.

Pelea a navajazos en la Barceloneta.

Hace ya dos años que los cuerpos policiales alertaron de dos fenómenos conectados entre sí. Tras el paréntesis de la pandemia, se toparon con un incremento de las peleas nocturnas, multitudinarias y con un grado de violencia sorprendente, dirigida incluso hacia los uniformados. Algo que en un primer momento se analizó como un efecto de descompresión tras el confinamiento, o una expresión del malestar emocional acumulado durante ese periodo. Pero esa explicación ya no basta ante un incremento de la agresividad en las calles que se ha mantenido, ha crecido e incorpora otras muchas formas de violencia, como la sexual. En ese repunte, la progresiva extensión del uso de armas blancas ha añadido un elemento de virulencia añadida a estos incidentes. Llevar una navaja o cualquier otra arma punzante en el bolsillo hace mucho más probable que una reyerta o un atraco acabe con heridos graves o muertes. 

En el caso de la ciudad de Barcelona, sus responsables de seguridad han hecho sonar las alarmas en los últimos veranos y especialmente en torno a las fechas que coinciden con fiestas populares como, dentro de un mes, las de la Mercè. Han desplegado también nuevas prácticas, como el uso de palas detectoras de metales, para hallar navajas, puñales y otros objetos punzantes ocultos. También los Mossos han expresado su preocupación por la banalización entre muchos colectivos del uso de estas armas. En sus registros e incautaciones se hicieron con 9.200 de ellas en el 2023, y este año las intervenciones siguen al mismo ritmo, con 4.500 en el primer semestre. Esta preocupación es común a otros países, como el reino Unido y Alemania, donde el Gobierno se plantea extremar las condiciones para considerar ilegal el hecho de portar un cuchillo de cualquier tipo por la calle.

En el último fin de semana se han sucedido seis apuñalamientos en Catalunya, algunos de ellos en peleas en torno a locales de ocio nocturno. El viernes falleció un pescador en Arenys de Mar, acuchillado por otro trabajador del mismo puerto pesquero. Hace pocos días el padre de Lamine Yamal fue noticia por ser víctima de un ataque en su barrio. El sábado una adolescente de 17 años era asesinada por su padrastro en Toledo, en una agresión en la que también dejó herida a la madre de la menor. Y el domingo, un niño de 11 años era presuntamente víctima de un joven de 20 años con problemas de salud mental. Circunstancias demasiado diversas para ser atribuidas a un solo factor, como la asociación directa entre colectivos migrantes y peleas con armas blancas que se intenta establecer desde los altavoces de la extrema derecha en las redes ante cualquier incidente. Es más difícil separar la expresión de esa violencia, navaja en mano, así como la multiplicación y recrudecimiento de las agresiones sexuales entre victimarios y víctimas cada vez más jóvenes, de un ejercicio de masculinidad abusiva y resentida. Toda esa suma de violencias responden a un cúmulo de malestares que deben ser analizados y tratados de raíz pero exigen ya una respuesta. Y teniendo en cuenta que la posesión y exhibición en espacios públicos de puñales o navajas automáticas está ya claramente penalizada en España, esta debería ser más de carácter policial que en forma de promesas de reforma penal.