Opinión |
Nuevo Govern
Astrid Barrio

Astrid Barrio

Profesora de Ciencia Política de la Universitat de València. Miembro del Comité Editorial de EL PERIÓDICO

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¿Qué significa gobernar para todos?

Existe el riesgo de que siendo el de Illa un Gobierno no independentista interprete precisamente por consenso el contentamiento del independentismo, algo que fácilmente se podría deducir del acuerdo con ERC

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Els membres del nou Govern, amb el president Illa al centre, ahir al Palau de la Generalitat. | ZOWY VOETEN

Els membres del nou Govern, amb el president Illa al centre, ahir al Palau de la Generalitat. | ZOWY VOETEN

El Gobierno del presidente Illa ha echado a andar bajo la promesa de gobernar para todos, expresión que ya se ha convertido en el primer lema del nuevo Ejecutivo. Con esta declaración de intenciones, que evoca al ideal del consenso, el nuevo Gobierno pretende diferenciarse de los inmediatamente anteriores, todos ellos de signo independentista -a excepción, probablemente, del último ejecutivo liderado por Pere Aragonès, que pudo mantenerse siendo muy minoritario precisamente gracias a apoyos plurales y a la búsqueda de consensos- que se sustentaron en un ideal opuesto, el de la mayoría. De ahí que todas sus decisiones, incluso las más ignominiosas, como las que se adoptaron los días 6 y 7 de septiembre de 2017, se fundamentasen precisamente en la idea de que disponían de la mayoría, entiéndase parlamentaria, porque en votos el independentismo nunca ha sido mayoritario, a menos que se trate de dar por buena la trampa de contabilizar el porcentaje de votos del PDeCAT que, en 2021, no produjeron representación y de los que el independentismo se apropió para poder decir, falsamente, que por primera vez sumaban más de la mitad de los sufragios.

Ahora Illa se enfrenta al reto de superar esa forma de gobernar, la mayoritaria, que solo puede ser aceptable y puede garantizar el mantenimiento de la cohesión social cuando las diferencias entre la mayoría parlamentaria y la minoría son tan pequeñas que a la minoría, aunque le desagraden, le resultan digeribles las decisiones de la mayoría y sucede lo propio cuando se cambian las tornas. Por el contrario, si como ha sucedido en estos últimos años en Catalunya como consecuencia del 'procés' soberanista, las decisiones de la mayoría desagradan profundamente a la minoría porque atentan gravemente contra sus intereses, y esta minoría, además, se siente en situación de indefensión, la confrontación y la polarización están servidas, algo que puede acabar siendo la antesala de un conflicto civil. Por ello las sociedades con múltiples conflictos y fracturas políticas como es la nuestra, incluso las sociedades segmentadas, han aprendido que la mejor manera para preservar la convivencia y la paz social es buscar soluciones consensuales y huir de las mayoritarias.

Catalunya, desde el 12 de mayo, vive una situación inédita. Por primera vez, un partido no nacionalista o independentista ha ganado las elecciones -en votos y en escaños- y también por primera vez, aunque con matices, gobierna en solitario la Generalitat de Catalunya. Unos matices, sin embargo, que amenazan con dar al traste precisamente con el propósito de gobernar para todos. Porque aunque el Gobierno recién nacido de Illa es formalmente monocolor y ha incorporado a perfiles moderados no procedentes de la espacio socialista, como el incombustible Ramon Espadaler, antiguo consejero por Unió Democràtica de Catalunya y ahora de Units per Avançar, o el fichaje de primer nivel de Jaume Duch, hasta ahora director de comunicación del Parlamento Europeo, cuyos orígenes se sitúan también en una órbita centrista, lo cierto es que la impronta del independentismo es muy fuerte. No en vano, fruto del acuerdo con ERC hay carteras no previstas -la de Política Lingüística y la de Acción Exterior- y ha designado a personas procedentes del Gobierno republicano, precisamente el consejero de Política Lingüística, Francesc Xavier Vila, y la consejera de Cultura, Sònia Hernández, además de incorporar a personas procedentes del entorno independentista, como el exconsejero de Interior, Miquel Sàmper, ahora de Empresa y Trabajo. Todas estas incorporaciones dan ciertamente al gobierno de Illa un perfil muy plural y lo convierten en una suerte de nuevo 'pal de paller' de la política catalana, pero existe el riesgo de que siendo un Gobierno no independentista interprete precisamente por consenso el contentamiento del independentismo, algo que fácilmente se podría deducir del acuerdo con ERC, imprescindible para obtener la mayoría parlamentaria. Llegado el caso, podría suceder que la mayoría que esta vez había creído ganar las elecciones se viese excluida, nuevamente, de los supuestos consensos que no serían sino, otra vez, soluciones mayoritarias. Y eso, la verdad, no sería gobernar para todos. Confiemos, por tanto, en que la sincera y demostrada voluntad de consenso del presidente Illa sabrán evitarlo.

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