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Los nuevos incendios

En el Mediterráneo se solapan los efectos del abandono rural con ser un punto rojo del cambio climático

Grecia recibe una primera ola de ayuda europea para contener el gran incendio cerca de Atenas

En imágenes | Una ola de incendios cerca Atenas

Incendio en Varnavas, Grecia

Incendio en Varnavas, Grecia / Europa Press/Contacto/Aristidis Vafeiadakis

Grecia combatía ayer por tercer día consecutivo un incendio a las puertas de Atenas, que ha forzado la evacuación de más de 50.000 personas y ha requerido el envío de medios facilitados por varios países de la Unión Europea. Aunque su cercanía a centros urbanos extrema el nivel de alarma, estamos ante un episodio ya habitual durante en este país durante todo este verano, y durante todos los veranos. En los últimos años se han llegado a desencadenar incendios que multiplican por 20 las hectáreas arrasadas hasta ahora. Y el fenómeno no tiene fronteras, porque la mayor o menos disponibilidad de medios de extinción o la planificación del territorio más o menos sensata solo son algunos de los factores que influyen en las olas de incendios forestales que afectan a los puntos rojos del cambio climático en el mundo. Y el Mediterráneo (con temperaturas en superficie inusualmente elevadas una vez más este verano) y los países que lo rodean es uno de ellos, igual que lo son las zonas áridas de Australia, o los bosques cercanos al círculo Ártico, o el Amazonas y la costa del Pacífico de Estados Unidos. En esta dinámica está España aunque este año hasta ahora se haya conseguido que la superficie afectada por los incendios forestales sea solo de la mitad que en el tórrido y seco 2023. 

El incremento de los incendios forestales en la historia reciente de España vino asociado en un primer momento al abandono rural. La disminución de la agricultura, la desaparición del pastoreo y la recolección de madera y la dispersión de las áreas residenciales en contacto con unas áreas boscosas cada vez más densas y continuas estuvieron detrás de los grandes fuegos de los años 70, 80 o 90. Pero el cambio climático y la sucesión de periodos de sequía no solo ha incrementado el riesgo de incendio sino que ha cambiado sustancialmente sus características. En las sucesivas generaciones en que se han clasificado los incendios se incorporaban nuevos factores de riesgo (mayor afectación en zonas habitadas, mayor capacidad de propagación) hasta llegar a los de sexta generación, que consisten en tormentas de fuego que superan la capacidad de extinción. Ya hemos tenido muestras de ellos, como en el incendio de Santa Coloma de Queralt de 2021 o el de Sierra de la Culebra (Zamora) en 2022. 

Los incendios de ahora no son como los de antes. Se han vuelto más agresivos. Pero al mismo tiempo, cada vez más responsables de la extinción de incendios y la gestión forestal abogan por un abordaje realista ante esta nueva realidad. Aceptar que en algunos casos es necesario actuar para atajar los riesgos para las personas pero que en otros el desarrollo natural y al mismo tiempo controlado del fuego (y de la posterior evolución de los bosques calcinados)ofrece una oportunidad para la regeneración del ecosistema. Pero no son esos los únicos cambios a los que nos lleva esta nueva realidad. Debemos adaptar nuestros paisajes para hacerlos más resilientes:en mosaico, evitando el contacto de zonas residenciales y productivas en áreas de bosque mediterráneo altamente inflamable. Aunque atajar los síntomas no es suficiente para abordar la enfermedad:y esta es la crisis climática global ante la que aún no estamos transformando el conjunto de hábitos de consumo y modelo energético, de producción y de transporte como deberíamos.