Opinión | EL TRASLUZ

Juan José Millás

Arder sin contaminar

En los tanatorios todo transcurre más despacio. La realidad circundante no te agobia, no te empuja

Tanatorio.

Tanatorio.

Morimos más tarde que nunca, pero todo, a nuestro alrededor, envejece a velocidades de vértigo. Cuando vivíamos menos, los objetos duraban más. En ocasiones, duraban toda la vida de los padres y toda la vida de los hijos. Se ha invertido la relación temporal entre los objetos y la gente. Las lavadoras eléctricas antiguas veían fallecer a sus dueños. Ahora, los dueños vemos morir varias generaciones de electrodomésticos antes de palmarla. El teléfono móvil empieza a marchitarse nada más sacarlo de la tienda, no digamos los coches, que pierden el 30% de su valor al atravesar la puerta del concesionario. Todo ello por no hablar de las canciones o de la ropa. Solo los yogures han alargado su fecha de caducidad.

Resulta un poco deprimente la rapidez con la que las bicicletas estáticas, pese a no moverse del sitio, logran llegar enseguida al vertedero. Recuerdo con nostalgia tecnológica el fax, que falleció casi al tiempo de nacer. El mundo y tú os movéis a ritmos diferentes. El mundo es una película acelerada. Tu existencia, en cambio, transcurre como a cámara lenta, sobre todo si te prejubilan o te arrojan al paro a los 50. El wasap sustituye a la mensajería; Instagram a Facebook; TikTok a Instagram, etc., no sé si en este orden, da lo mismo, lo cierto es que la tele de tubo se quedó antigua en lo que preparabas el sofrito para la paella del domingo.

La gente se muere a los 90 o a los 100 mientras que tú tienes que cambiar de ordenador, con suerte, cada cuatro años. Resulta un alivio acudir al tanatorio para despedir a un conocido. En los tanatorios todo transcurre más despacio. La realidad circundante no te agobia, no te empuja. El muerto ya no necesitará cambiar el reloj analógico heredado de su padre por el inteligente, eso que se ahorra. Hasta en la cafetería del tanatorio se rompen menos vasos y las consumiciones duran más. En el último funeral al que acudí el gin-tonic me duró tres cuartos de hora, cuando lo normal es que duren diez o quince minutos. Por cierto, que la pulsión por el cambio ha alcanzado también al sector ataúdes. Se pasan de moda a toda prisa. Por eso, lo mejor es comprarlos de usar y tirar, como las hamburguesas. Los hay de un cartón muy resistente, ecológicos, de modo que arden sin contaminar.