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Ellos y ellas
Emilio Pérez de Rozas
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María Satine: «Un DJ debe instruir, cautivar, al público con nuevos sonidos»

La DJ María Satine posa con su mesa de mezclas.

La DJ María Satine posa con su mesa de mezclas. / Alejandro Ceresuela

Miren, yo ahora podría pegarme el pegote, a mis 72 años, de empezar este curioso perfil hablándoles de la música negra, del hip hop, del house, del uk garage, del afrobeat, del dancehall y hasta del R&B, que se originó a partir de la música rhythm and blues tradicional.

Podría decirles que María Taltavull Freijomil (Barcelona, 1992) empezó siendo MTF, es decir, sus tres iniciales y que, luego, al darse cuenta de que su nombre no era resultón, pasó a llamarse María Satine, copiándole el apellido al personaje que Nicole Kidman hizo en ‘Moulin Rouge’.

Verán, hasta podía contarles que María Satine es una DJ que viene pegando fuerte (el sábado pincha en el Brunch Electronik Festival, en el Fòrum) y, ya metidos en nombres que ni me suenan, les contaría que María ha paseado sus 'tracks', su mesa de mezclas, en todo tipo de festivales, eventos, hasta bodas, sí, sí, bodas («pagaban muy bien y aprendí un montón») y, por descontado, en cabinas como Bus Terraza, Pacha, Sidecar, Boca Chica, Razzmatazz, ¡cómo no!, y, ahora, es DJ permanente en Stereo 18, en el paseo del Born, 18, en Ciutat Vella (Barcelona).

Repito, podría llenar estos 4.190 caracteres hablándoles de todo eso, pero María se merece mucho más. Y, como lo está consiguiendo, deberíamos contar que lleva metida en esto de la música toda su vida y que empezó a tocar varios instrumentos, entre ellos la batería y hasta tener su propio grupo, de niña, de muy niña.

La verdad es que la casa de los Taltavull Freijomil debía ser curiosa, pues cuando no había un concierto de batería de María, había un tipo, su hermano Ignasi, sí, el famoso Ignasi Taltavull, el del podcast ‘La Ruina’, paseándose por los pasillos memorizando monólogos.

María tiene varios cursos de solfeo. Y hasta título de DJ y productora musical profesional. Cuando empezó las clases de DJ, era tan buena, que el ‘profe’ se sacó de encima a los otros alumnos, que no prestaban demasiada atención, y se quedó solo con ella. Fueron casi, casi, clases particulares.

Cuando ya se hizo con los mandos de su profesión, cuando sus dedos volaban sobre la mesa de mezclas, empezaron a contratarla, primero en coctelerías, terrazas de bares y hoteles, pero la música que le pedían (que le exigían) no le gustaba. Servía para ganarse la vida, pero no había llegado hasta allí para ofrecer ese repertorio.

Así que empezó a investigar, pasándose horas y horas buscando música, sintonías, sonidos especiales, hasta que creó su propio estilo. Nadie ha buceado tanto en Spotify, Soundcloud y Bandcamp como María Satine para escuchar, descargarse y comprar música e inspirarse.

«Este es un mundo muy especial, es muy competitivo, bueno, como todos, y lo primero que tienes que conseguir es hacerte un nombre y, sobre todo, que la gente conozca tu estilo, la música que te gusta, las mezclas y sesiones que creas. Te llaman por las dos cosas, por el nombre y por tu música que ofreces», me cuenta María Satine, que reconoce que, allí donde va, pone la música que le gusta a ella y funciona.

«Podría ir a lo fácil, pues todos los DJ sabemos las piezas comerciales que le gusta a la gente, pero yo creo que los DJ tenemos la obligación de que nuestro público conozca y descubra otros sonidos ¿no? Un DJ debe cautivar e instruir a su público con nuevos sonidos», señala María sin criticar a Shakira ni a Raffaella Carrà, cuyas canciones, a veces, le pide la gente.

Cuando pincha, María Satine está muy, muy, pendiente de la sala, de su audiencia. «La experiencia me ha enseñado que tener psicología de pista te ayuda mucho a saber qué funciona y qué no funciona. Tú puedes acabar muy contenta de la sesión porque crees que te ha salido redonda, pero lo que realmente te llena es ver que el público ha disfrutado con lo que les has ofrecido».

María está tan pendiente del público que un día, viendo que un pesado no paraba de atosigar a una chica en la pista, nada grave, pero sí impertinente, inadecuado, paró la música, cogió el micro y le dijo, muy educadamente, al chico «¡eh, tú, que te ha dicho que no! ¿¡Quieres dejarla!?» El muchacho se quedó de piedra y María invitó a la chica a su cabina, mientras el joven abandonaba la sala.

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