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Resistencia
Andreu Claret

Andreu Claret

Periodista y escritor. Miembro del Comité editorial de EL PERIÓDICO

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Cuando Negrín resistió desde Camprodon

Su casa albergó una de las últimas reuniones del Consejo de ministros, como puede verse en una exposición comisionada por Lluís Bassaganya que recoge valiosos testimonios que quedan de esta singular peripecia

Camprodon.

Camprodon. / Camprodon.

El paseo Maristany de Camprodon alberga algunas de las casas más hermosas de la alta burguesía catalana. La burguesía con apellidos y gusto, no la de los nuevos ricos que nunca supieron apreciar la singular belleza de un paseo hecho a medida del Paseo de Gracia y rodeado de cientos de hayas, plátanos y castaños de indias. En este paseo que conserva su esplendor, tuvo su residencia Juan Negrín, presidente del gobierno bajo la II República, en los meses aciagos que van de octubre de 1938 hasta poco después de la caída de Barcelona, en enero de 1939. Desde Camprodon, Negrín intentó que su lema ‘Resistir es vencer’ se abriera paso para garantizar la supervivencia de la República hasta que el contexto internacional le fuera más favorable. 

Este médico e investigador canario, sin duda el político con más personalidad de la II República, era un hombre con discernimiento. Cuando los bombardeos de la aviación legionaria italiana en Barcelona ya no ofrecían la suficiente seguridad para su errante presidencia, Camprodon le proporcionó, a él y a su familia, cercanía a Francia, y la quietud de un paseo abandonado por los propietarios de las casas confiscadas. Allí vivió unos meses, en una de estas casas des de la que intentó poner orden en el desbarajuste republicano. De esta suerte, Camprodon pasó a ser una suerte de capital de la España republicana. Llegó incluso a albergar una de las últimas reuniones del Consejo de ministros, como puede verse en una exposición comisionada por Lluís Bassaganya que recoge valiosos testimonios que quedan de esta singular peripecia. Una oportunidad para acercarse a los momentos más dramáticos de la República y de conocer algo mejor a un hombre enigmático, injustamente denostado por quienes se han empeñado en caricaturizarlo como un muñeco de los soviéticos.

Sus detractores pretenden cargarle el mochuelo de un sufrimiento innecesario al dilatar la fecha de la derrota. Sostienen que en el verano de 1938 la contienda estaba perdida y que hubiese sido más razonable negociar el fin de la guerra como proponía el presidente de la República, Manuel Azaña. Algunos hablan de una rendición honrosa, pero hoy sabemos que Franco no estaba por la labor. A perro flaco todo son pulgas. Algunas de las críticas recibidas por Juan Negrín desatienden un contexto que daba entonces cierto sentido y esperanza a esta estrategia: la convicción de que Hitler iba a desencadenar más pronto que tarde la guerra continental. Negrín se equivocó en los plazos, no en el fondo. Él creía que era posible aguantar. Tan convencido estaba que pidió hacer reformas en su casa del paseo Maristany, y pidió al gobierno francés asfaltar la carretera que llegaba al Coll d’Ares desde Prats de Molló, según documentos que exhibe la exposición. Un ejemplo esplendido de contribución a la memoria histórica y la reconciliación, al que han contribuido algunas familias con residencia em el paseo Maristany, como los Garcia-Nieto Portabella y de Carlos Cuatrecasas, que sufrieron la violencia que asoló la retaguardia catalana.

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