Opinión | El trasluz

Juan José Millás

Mucho miedo

Tengo la sensación de que el mundo entero duerme mientras suceden los horrores que atraviesan el telediario

Libros en una imagen de archivo

Libros en una imagen de archivo / Shutterstock

Releo un libro que leí por primera vez hace mil años, cuando yo no era yo. No, al menos, este yo de ahora. Mi cuerpo ha cambiado, mis células se han renovado, mi percepción del mundo y de las cosas es diferente a la de entonces. Todo es nuevo, en fin, y sin embargo no solo guardo memoria de aquel yo, sino que forma parte de mí, aunque no lo reconozca como mío. El libro está muy subrayado, no siempre con acierto. ¿Subrayaba esos textos para mí o para otro u otros? No soy capaz de recordar para quién subrayaba entonces. Ahora subrayo para mis muertos. Me gustaría que mis muertos leyeran esta frase o esta otra. A veces, cuando leo, imagino a todos mis difuntos leyendo por encima de mi hombro. Por eso destaco algunos pasajes del libro que tengo entre las manos. Este va para ti, papá; este otro para ti, mamá. Y esta frase para Facundo, un compañero de estudios que se suicidó en segundo de Filosofía dentro del coche de sus padres, un Seat 600 en el que, con una manguera, recondujo al interior del vehículo los humos del tubo de escape. Decía llamarse Facundo por Facundo Cabral, un cantante al que sus padres adoraban, pero las fechas no cuadran. Facundo Cabral era más de nuestra época que de la de nuestros progenitores. Nunca se lo echamos en cara.

A lo que iba es a que ya no leo nunca para mí, leo para los otros. Me medico también para los otros. Sin necesidad de que me duela nada, me tomo un ibuprofeno para calmar los dolores del mundo. Ya no me duelo yo, me duele el mundo. Por las mañanas, me tomo un café bien cargado para que se despierte el mundo. Tengo la sensación de que el mundo entero duerme mientras suceden los horrores que atraviesan el telediario. Es increíble que los locutores y las locutoras (el genérico no siempre alcanza) no se arranquen el pelo ni se arañen el rostro mientras dan las cifras de los muertos aquí, de los heridos allá y de los hambrientos acullá.

Cambiamos varias veces de cuerpo a lo largo de los años porque no cabemos en él. Lo increíble es la permanencia del yo en todos esos cuerpos sucesivos. El yo de ahora no es el yo del que leía hace años este mismo libro, pero guardo memoria de ambos (del yo y del libro). La vida es una novela de terror de Stephen King: está mal escrita, pero da mucho miedo