Opinión |
Zona de Bajas Emisiones
Andreu Escrivà

Andreu Escrivà

Ambientólogo y doctor en Biodiversidad. Autor del libro 'Encara no és tard: claus per entendre i aturar el canvi climàtic'. 

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La transición solo será ecológica si es justa

Menos tráfico rodado y menos tubos de escape mejoran drásticamente la salud de todas las personas, y especialmente la de las más vulnerables (mayores, enfermas y niños), y hacen de la ciudad un entorno más humano y libre.

Uno de los carteles de la Ronda de Dalt que anuncian la entrada en la ZBE de Barcelona

Uno de los carteles de la Ronda de Dalt que anuncian la entrada en la ZBE de Barcelona / ManUEL ARENAS GUILLEM COSTA

El futuro de la movilidad consiste en la disminución del uso del coche privado y la electrificación del parque móvil, de esto no hay ninguna duda. La incógnita actual, sin embargo, es saber si seremos capaces de ejecutar esta transición con la rapidez que demanda el momento y, más importante todavía, si esta transformación tendrá como guía la justicia social.

De esta tensión nacen gran parte de los conflictos sobre la transición ecológica, que va mucho más allá de transición energética -a pesar de que el ministerio competente se olvide a menudo-. Las Zonas de Bajas Emisiones (ZBE), urgentísimas por razones de salud pública más allá de la cuestión climática, son una buena muestra. Ejemplifican como pocos asuntos la difícil elección entre las restricciones ambientales y las disrupciones de la cotidianidad de miles de ciudadanos, así como los impactos sobre la economía local. El motivo último, hay que recordar, es evitar miles de personas muertas cada año, y no salvar ningún oso panda a miles de kilómetros, como ridiculizan algunos para establecer falsas comparaciones y despreciar cualquier política con tufo ambiental. Las ZBE son a la vez ZAS: Zonas de Alta Salud. Menos tráfico rodado y menos tubos de escape mejoran drásticamente la salud de todas las personas, y especialmente la de las más vulnerables (mayores, enfermas y niños), y hacen de la ciudad un entorno más humano y libre.

Las ZBE, en cuanto que política pública, son una herramienta que tiene que acompañar un proceso coherente de cambio sistémico, profundo y justo. En caso contrario, se percibirán como una losa para el que ya lo tiene más difícil que el resto. Mientras la falta de un transporte público eficiente y fiable continúe obligando al uso del vehículo privado, y mientras el desigual acceso a los vehículos eléctricos haga patente que la brecha de clase también determina nuestro comportamiento ambiental, existirán estos conflictos. Prohibir el acceso a una ciudad sin ofrecer alternativas es una medida condenada al fracaso, pero también lo es hacer como si no pasara nada y continuar respirando aire tóxico con la excusa del Producto Interior Bruto, una manipulada libertad y argumentos extraídos de una conversación de barra de bar del siglo pasado.

La justicia, con todo, parece ajena a estos condicionantes y a la complejidad del debate. Pese a aparentemente no alinearse con las tesis negacionistas que se usan habitualmente para desacreditar las ZBE, sus decisiones han acabado provocando situaciones absurdas, especialmente en continuos urbanos como el área metropolitana de Barcelona. La circunstancia actual tendría que ser tomada como un aviso de lo que no puede volver a repetirse. El ritmo de la transición ecológica es el ritmo con el que mejorará nuestra salud y nuestro bienestar, la rapidez con la que hagamos tangible un futuro más democrático y equitativo. Es para todas y todos y sí, habrá cambios, todos los que hagan falta para recuperar las calles y el aire de las ciudades, para que pasear por una avenida o jugar en un parque infantil no implique enfermar o perder años de vida. La transición nunca será ecológica si no es a la vez justa.

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