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Joan Cañete Bayle
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Kamala Harris, una cerilla en la oscuridad

El Partido Demócrata busca un golpe de efecto a la desesperada con la candidatura de la vicepresidenta, pero la batalla electoral sigue dominada por Trump

Kamala Harris.

Kamala Harris.

Lo hemos visto en decenas de películas de terror: cuando estás con el agua al cuello, las opciones se han evaporado y la catástrofe se antoja inminente e inevitable, los protagonistas se agarran a un clavo ardiendo. Y a veces les funciona, pero en otras ocasiones la esperanza dura lo que tarda en apagarse una cerilla en la noche más oscura. En esas está el Partido Demócrata en este ciclo electoral, buscando el golpe de efecto que salve a la formación y luego, si acaso, a la democracia estadounidense.

La misma maquinaria que forzó la salida de Joe Biden hoy presenta al presidente como un héroe por su renuncia a presentarse a la elección. Conviene recordar lo sucedido: después de evitar durante meses las apariciones de Biden en actos sin 'teleprompter' ni guion (es decir, ocultando su estado cognitivo y negando las noticias que daban señales de alarma sobre su capacidad para ejercer su cargo), la errática actuación del presidente en el debate con Donald Trump decretó el estado de alarma. La campaña de Biden habló de un resfriado y de 'jet lag', pero el ‘establishment’ del partido, en pleno estado de pánico, creyó ver la oportunidad de encender la cerilla en la oscuridad: con Biden perderían seguro en noviembre; con otro candidato, tal vez no.

Biden cedió. Y en pocos días Kamala Harris se ha erigido como la única candidata posible en la Convención de mediados de agosto, salvo nuevos giros de guion que nadie puede descartar. Conviene recordar también de dónde venimos: tras la derrota de Hillary Clinton en 2016, Harris lanzó su candidatura a las primarias demócratas de 2020. El ‘hype’ generado entonces alrededor de su perfil personal y político fue similar al actual. Sin embargo, tras un año de campaña, Harris abandonó antes de que se celebrara la primera votación. El ganador, Biden, necesitado de un perfil que lo complementara, la eligió a ella como vicepresidenta: mujer, joven, un pelín más progresista, rostro de la diversidad racial estadounidense. Durante estos cuatro años, el peso de Harris en la administración ha sido casi inexistente. La misma maquinaria que hoy habla de Biden como un héroe americano sostiene que ha sido por opción propia, para no ser rival de su jefe. Lo cierto es que tras estos cuatro años de Biden y de invisibilidad de Harris, el derrotado de 2020, Trump, se antoja hoy el ganador inevitable.

¿Puede ganar Harris a Trump? Cuando el suflé de la novedad baje, se constatará que a tres meses de las elecciones el camino hacia la Casa Blanca de Harris tiene los mismos problemas que el de Biden: está por debajo en todas las encuestas en los estados clave que decidirán las elecciones (da igual lo que digan los sondeos de intención de voto generales, lo que cuentan son los estados); los índices de aprobación de la gestión de la administración de Biden (y Harris, aunque no se la viera) no son buenos; el discurso del Partido Demócrata sufre mucho para calar entre grandes capas del electorado en los estados clave. Harris sin duda insuflará nuevos bríos a los suyos, e igual rescata a votantes que con Biden en noviembre se hubieran pasado a las filas de la abstención, pero está por ver si podrá robarle votantes a Trump. Que gane por goleada en California no le va a dar la presidencia si Trump no cede su ventaja en Arizona, Nevada, Wisconsin, Michigan, Pensilvania, Carolina del Norte o Georgia.

Harris es una buena candidata para mantener movilizado al electorado demócrata y evitar fugas hacia la abstención, pero necesitará mucho más para ganar la Casa Blanca

Harris es una buena candidata para mantener movilizado al electorado demócrata (y anti-Trump, que no son sinónimos), evitar fugas hacia la abstención e intentar apelar al voto de colectivos como los negros o las mujeres que no repudian a Trump tanto como se cree (de hecho, muchas mujeres, negros y latinos votan al magnate). Pero es más dudoso que su mensaje cale entre las capas más desfavorecidas de la población que abrazan el discurso nativista del trumpismo. Su irrupción en la campaña ha cambiado la dinámica y la fotografía del escenario (a Trump se le ve ahora más anciano y machista que con Biden, un rostro del pasado), pero tiene flancos débiles que sin duda el republicano atacará con saña.

Encendida la cerilla en lo más oscuro de la noche, el Partido Demócrata se arremolina a su alrededor para intentar mantenerla prendida. Necesitaba un golpe de efecto, y ya lo tiene. Está por ver cuánto le durará.

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