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Protestas
Ernest Folch

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Editor y periodista

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El culpable no es el turista

Señalar al visitante es puro infantilismo: la culpa no es del usuario, sino de quien permite que se especule con un bien básico como la vivienda

Los protestantes usaron pistolas de agua contra los turistas

Los protestantes usaron pistolas de agua contra los turistas / EUROPA PRESS

Unos pocos manifestantes hartos del turismo dispararon pistolas de agua a unos turistas que disfrutaban de su típica paella en una terraza de las Ramblas. La noticia enseguida se hizo viral, como todo lo que sucede en la Barcelona globalizada, y fue incluso recogida por 'The New York Times' como una prueba más del malestar creciente contra el turismo en Catalunya y otras zonas tensionadas de la península. Disparar agua contra unos turistas es entre ridículo y absurdo, pero denota un estado de ánimo cada vez más hostil contra la gente que ha decidido ir a pasar sus vacaciones en otra parte. Atacar a alguien por el mero hecho de ser turista equivale a atacar a una persona por el mero hecho de serlo, un acto sin sentido y a la vez hipócrita: ¿acaso no somos todos turistas? ¿Puede atacarse a alguien porque hace lo mismo que hace el atacante cuando viaja? Pero que sea un acto absurdo no quiere decir que no sea significativo. Porque disparar agua contra una pareja de noruegos que beben cerveza es inútil y seguramente poco inteligente, pero, en cambio, las manifestaciones pacíficas y cívicas para denunciar la precariedad inmobiliaria, laboral e incluso sanitaria en los principales puntos turísticos, como Baleares o Canarias, han servido para denunciar con razón que la sociedad solo quiere paraísos para los visitantes adinerados y no para sus habitantes. En realidad, el turista no es el problema, sino más bien el espejo de nuestros problemas, que es muy diferente. La cuestión no es que el matrimonio italiano haya escogido un Airbnb para alojarse, sino que ni el Ayuntamiento ni la Generalitat ni el Gobierno se atrevan a regular o directamente a prohibir la actividad de Airbnb. Quien causa el daño no es el usuario, sino el sistema que permite que este se aloje gracias a una plataforma que solo genera desigualdad e injusticia. Que se esté expulsando del centro de las grandes ciudades a sus habitantes autóctonos por la presión insoportable de los precios y por promocionar una economía donde unos pocos se enriquecen con alquileres estratosféricos es un escándalo tolerado por unos gobernantes cada vez más débiles ante los lobis poderosos. No podemos señalar al pobre turista por ir a un Airbnb que hace subir el precio de nuestras viviendas, lo que debemos hacer es exigir a nuestros gobernantes que cierren la actividad de las empresas que especulan con un bien tan básico como el de la vivienda. El turismo en realidad no es la causa de nada, sino la consecuencia de un sistema desregularizado donde la inercia neoliberal todavía quiere hacernos creer que el mercado se regula solo y que cuanto menos estado, mejor. La única esperanza para los mallorquines, tinerfeños o barceloneses que ven como se les está expulsando de su propia casa y se vende cada palmo de su tierra al mejor postor es un legislador fuerte que se atreva a regular, prohibir, y si hace falta, sancionar. Contentarse con increpar a los turistas, además de infantil, es lo mejor que puede hacerse para no arreglar el problema y que los auténticos culpables queden a salvo. De acuerdo en disparar, pero en la dirección correcta. 

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