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Josep Maria Fonalleras
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De los turismos y de los turistas

Nosotros no somos de ese mundo; nosotros visitamos y nos culturizamos

Turistas en el Park Güell, ayer.Turistes al parc Güell, ahir.Barcelona  29/3/2024   Turistas en el Parc Guell Park  Foto: Imma Coy

Turistas en el Park Güell, ayer.Turistes al parc Güell, ahir.Barcelona 29/3/2024 Turistas en el Parc Guell Park Foto: Imma Coy / EUROPA PRESS

Hay una fotografía (de la que desconozco al autor) que es epítome y corolario (resumen y consecuencia) del turismo como fenómeno de masas. De la propia esencia del turismo contemporáneo. Si no lo recuerdo mal, está tomada frente a una pared de Santa Maria del Mar. Hay un graffiti que dice “tourist go home”. Un hombre, que es claramente un turista, con una bolsa de suvenires en la mano izquierda, fotografía (sostiene el móvil con la derecha) a su pareja, también turista, obviamente. Ella adopta la postura típica del turista frente a un monumento: hace un gesto más o menos seductor, sonríe a la cámara y muestra la evidencia que todo turista persigue: “Yo estuve allí”. La ironía (o como debamos llamarla) de la imagen es que la turista considera que hacerse una foto ante una pintada que dice que es mejor que los turistas se vayan es un atractivo tan plausible como cualquier otro atractivo de su viaje. Es decir: les importa un pepino. El turismo lo fagocita todo. Una paella recalentada con mejillones de porexpán o la amenaza de quienes querrían a todos los turistas fuera del país.

He pensado en ello cuando he visto fotografías de la manifestación de este pasado sábado. Una chica “precinta” un bar de la Barceloneta y un señor –con una inconfundible camiseta de un equipo de béisbol que le delata como turista– coge el móvil y se dedica a fotografiar a la manifestante. Los turistas que el sábado estaban en Barcelona podrán decir, cuando vuelvan a casa (porque el destino del turista es, siempre, volver a casa) que ellos estaban allí, el día que miles de personas clamaron contra los turistas y contra el turismo. Será un recuerdo más que añadirán a la bolsa de recuerdos que se llevan a todos los turistas.

Con esto quiero decir que el turismo es un monstruo que, al llegar a la edad adulta, es muy difícil de detener. Lo hemos ido engordando, porque es una fuente de ingresos notoria, y ahora no sabemos qué hacer, cómo rodearlo, dónde enjaularlo. Solo puede frenarse a causa de conflictos bélicos o desastres naturales (yaun así: el turismo de catástrofe, a posteriori, también es un negocio) o, como todos sabemos, con tsunamis epidemiológicos que, con el tiempo, justamente tienen un efecto rebote. Dudo mucho que haya soluciones mágicas y, en todo caso, no creo que sean locales. Lo dice uno de los expertos más reconocidos en Catalunya, el profesor de la UdG José Antonio Donaire: “La única forma de reducir el turismo es viajar menos y la sociedad tiende (y tenderá) a viajar más y no menos. No es una decisión local, sino global”.

Entre el maximalismo del “tourist go home” y la inercia capitalista que tiende a dejar que el monstruo se expanda por doquier, hay un camino de en medio que aboga por “poner límites”. De acuerdo. Pero ¿cuáles? “Somos prisioneros”, dice Donaire, “del síndrome ‘I am traveler, you are tourist”. Nosotros no somos de ese mundo; nosotros visitamos y nos culturizamos. Son “ellos” quienes destrozan nuestro ecosistema: “Mires donde mires, todo son guiris”. También podríamos exhibir otra pancarta: “Mires donde mires, todos somos guiris”.

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