Elecciones en Francia
Pilar Rahola

Pilar Rahola

Periodista y escritora

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De De Gaulle a Le Pen

Los dos polos extremos, la extrema derecha y la extrema izquierda, han devorado el espacio político central y lo que queda es una situación difícilmente gobernable

La extrema derecha gana la primera vuelta de las legislativas en Francia y las izquierdas superan a Macron

El mapa de la Francia de Le Pen: los resultados de las elecciones legislativas, en 3 gráficos

Leonard Beard.

Leonard Beard.

Los objetivos de Charles de Gaulle, cuando lideró una nueva constitución que daría pie a la V República francesa, eran imperativos después de la caótica IV República, incapaz de gestionar el país tras la segunda guerra mundial. Quería crear una Francia poderosa, con un jefe de Estado que representara “el espíritu de la Nación”, liberado de la tutela norteamericana y fuertemente ligado a un proyecto confederal de Europa. Su histórica frase “si es Europa desde el Atlántico hasta los Urales, es toda Europa quien decidirá el destino del mundo”, pronunciada en noviembre de 1959 en Estrasburgo, sellaba la voluntad de reconstruir la 'grandeur' francesa y su papel internacional, sostenido por el ideal de la unidad europea.

Aun así, 65 años después de aquella nueva Constitución avalada por el 80% de los ciudadanos, Francia ha optado por caminar en sentido contrario. De De Gaulle a Le Pen hay el giro inverso que va desde el sueño de una Europa fuerte y unida a un aislacionismo antieuropeo arraigado en una profunda desconfianza en la UE. La Europa que tenía que reconstruir la economía, reforzar su papel internacional y ofrecer seguridad a sus ciudadanos, inspirada por una identidad común, se percibe ahora como una estructura fallida, sin cohesión identitaria, ni ningún papel relevante en el mundo e incapaz de parar la sangría económica. Era una Europa percibida en Francia como una solución para reconstruir las damnificadas sociedades de posguerra, y ahora los franceses creen lo contrario: que es la fuente de sus problemas. Es decir, la Francia de De Gaulle veía a Europa como un refugio, la Francia de Le Pen la ve como una fuente de exclusión. Los factores que han conducido el país a este estado de ánimo antieuropeo son varios, pero han confluido en una tormenta perfecta: los sectores castigados por la mundialización, los flujos migratorios descontrolados, las nuevas identidades surgidas de los sentimientos de exclusión de los barrios periféricos, en general vinculadas a concepciones islámicas, la desconfianza en los poderes públicos y en el sistema, y en la suma, el rechazo al ideal europeo.

Todo ello explica la Francia partida en dos surgida de las elecciones de domingo: los dos polos extremos, la extrema derecha y la extrema izquierda, han devorado el espacio político central y lo que queda es una situación difícilmente gobernable. Sobra decir que Macron, a pesar de ser un presidente con notable inteligencia política, ha cometido muchos errores, especialmente el de avanzar las elecciones, y la jugada le ha salido al revés. José Antich lo resumía en una frase adecuada: “quería hacer un Pedro Sánchez y ha acabado haciendo un Pere Aragonès”. Narcisista y arrogante (cualidades recurrentes en los presidentes franceses), ha hecho una apuesta personalista que le ha estallado en la cara. Ahora las dos hipótesis que surgirán en las siguientes elecciones son igualmente dramáticas: o Le Pen gana la mayoría absoluta en la Asamblea Francesa, y Macron tiene que hacer primer ministro a Jordan Bardella y someter Francia a una cohabitación que se prevé convulsa; o activa sus prerrogativas y opta por ganar un año de tiempo y forma un Gobierno de transición técnico, tal como pasó con la Italia de Mario Draghi. Pero esta opción, que requiere unas alianzas complejas, también sometería a Francia a una considerable tensión. Todo está en el aire, a la espera del próximo domingo, y ninguna alternativa es buena.

En este punto hay que preguntarse qué errores han cometido los partidos tradicionales, y no solo respecto al crecimiento de la extrema derecha, sino también al de la extrema izquierda, igualmente desestabilizadora. El gran drama del momento actual es que los dos polos extreman la situación política y devoran el espacio central. Y tanto los conservadores como los progresistas son responsables de esta derivada: los primeros, permitiendo la demagogia de la extrema derecha y aprovechándose de ella, como pasa en España con Vox; y los segundos, alimentando el populismo políticamente correcto, no planteando los grandes retos sociales y abandonando a amplias capas de la población. Los problemas de Francia son reales y todos los síntomas avisaban de la problemática que llegaba. Pero los partidos del sistema hicieron como los monos de Gibraltar, y, mudos e inútiles ante los problemas, han dejado que hablen por ellos los extremos ideológicos.