‘Reactivem l’Esquerra Nacional’
Ernest Maragall

Ernest Maragall

Expresidente del Grupo Municipal de ERC en el Ayuntamiento de Barcelona

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El manifiesto de los 1000

La demanda, casi diría la exigencia, que el país formula a ERC es explícita: abrir nueva etapa y hacerlo generando un cambio de lenguaje, de mensaje, de criterios organizativos y también -¿por qué no?- de caras en primer plano

Mitin central de ERC en las pasadas elecciones catalanas. Pere Aragonès junto a Oriol Junqueras.

Mitin central de ERC en las pasadas elecciones catalanas. Pere Aragonès junto a Oriol Junqueras. / Manu Mitru

Nuestro país, después del ciclo electoral mayo 23-junio 24, se plantea preguntas diversas sobre el futuro inmediato, mientras espera decisiones significativas sobre la orientación del nuevo Govern de Catalunya. 

Y resulta que ERC, que acaba de abrir debate interno, es, al mismo tiempo, pieza clave del escenario político catalán y español.

De modo que ERC, tal como el Manifiesto ‘Reactivem l’Esquerra Nacional’ explica, debe responder en tres ámbitos:

La decisión, en pocas semanas, sobre la investidura de uno u otro candidato a la Presidencia de la Generalitat; la conducción, en pocos meses, del procedimiento congresual que culminará con la conformación del nuevo grupo dirigente; y la definición y desarrollo efectivo, a lo largo de los próximos cuatro años, de la estrategia que le permita convertirse en la gran fuerza central del catalanismo progresista y republicano.

El manifiesto, por mucho que alguien quiera intencionadamente leerlo en clave de confrontación personal, lo que hace es buscar la complicidad positiva de todas las capacidades que hoy constituyen el espacio republicano dentro y fuera de la propia organización.

Queda claro, pues, que no se trata de la típica reacción de las bases contra la dirección después de un ciclo electoral objetivamente negativo.

Ni de la clásica relación de incomodidad política o personal entre partido y gobierno.

Es absurdo tratar de reducir la cuestión a dirimir el liderazgo personal a través de un pseudo referéndum interno.

La demanda, casi diría la exigencia, que el país formula a ERC es explícita: abrir nueva etapa y hacerlo generando un cambio de lenguaje, de mensaje, de criterios organizativos y también -¿por qué no?- de caras en primer plano.

Con especial consideración, claro, de quienes han tenido que quemarse en el fuego de la represión, la prisión y el exilio.

¿Es extraño que hayan quedado políticamente asociados al período 2017-24 y caracterizados por esa traumática experiencia?

Un período apasionante y cargado de contradicciones dolorosas que ahora queremos, precisamente, superar y substituir por una etapa de impulso renovado, de construcción de país, de objetivos compartidos mayoritariamente.

Es también por eso que ERC, como el Manifiesto muestra, puede y quiere contar con el inmenso capital humano acumulado en estos cerca de 15 años de crecimiento social y electoral, tanto como de experiencia institucional y de gobierno a todos los niveles.

El Manifiesto toma nota y avanza una primera respuesta al mensaje que la ciudadanía nos envía como reacción a la evolución de los últimos siete años.

Una reacción critica que incluye diversas sensibilidades, todas ellas legítimas: desde la decepción/frustración/abstención por las expectativas no cumplidas a la creciente actitud antipolítica hacia partidos y gobernantes.

En circunstancias como las actuales en Catalunya, el mejor servicio al interés general del país no se traduce necesariamente en apoyo electoral.

Es lo que ERC ha tenido que experimentar en propia carne.

Digámoslo abiertamente: contribuir decisivamente a sacar al país del agujero negro de la represión y liderar la relación directa con los interlocutores/adversarios ha generado incomprensión y rechazo en amplias capas de la sociología independentista.

La amnistía es el primer gran triunfo de país desde el 2017. 

Pero también la evidencia de que, una vez ganada la batalla de la represión, se abre un período con menos seguridades y más incertidumbres que pedirá resiliencia democrática, acierto estratégico y firmeza política.

Es decir, menos heroísmo y mayor determinación.

Menos personalismos y más fuerza colectiva.

De la misma manera que gobernar en solitario con coherencia progresista y, por tanto, contracorriente de la creciente ola conservadora, ha significado distanciarse de una parte significativa de las clases medias y trabajadoras catalanas que viven con inquietud cuestiones como las de la vivienda o son sensibles a la asociación interesada entre inmigración e inseguridad.

El objetivo actual, pues, es doble y complejo: avanzar hacia el referéndum acordado y vinculante, por un lado, construir un país de máxima dignidad en términos de equidad y cohesión social, por otro.

Por eso es imprescindible una ERC capaz de conquistar el espacio social progresista que hoy ha quedado huérfano por el desplazamiento conservador del socialismo oficial y por el fracaso consolidado de la ilusión radical con la que hace 10 años nos deslumbraron los Comuns.

Una ERC abiertamente dispuesta y gradualmente preparada para ser pieza central del mapa político catalán, la gran fuerza de izquierda nacional, progresista y republicana que Catalunya espera y reclama.

La ERC capaz de dar pleno sentido a la idea de República, un concepto mucho más rico y potente que la simple contraposición al de monarquía.