Ecopostureo
Marta Rosique

Marta Rosique

Periodista y politóloga

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El greenwashing, una grieta de la derecha

Toca preguntarse si tiene sentido que las administraciones públicas colaboren con empresas que necesitan contaminar para no tener que cerrar e, incluso, si éstas deberían existir

Acto de protesta contra el 'greenwashing' del grupo ecologista KoalaKollektiv en Frankfurt

Acto de protesta contra el 'greenwashing' del grupo ecologista KoalaKollektiv en Frankfurt / Ronald Wittek

Durante los últimos años, la gente de izquierdas hemos asistido atónitos a un intento de apropiación por parte de la derecha y de las multinacionales de las luchas sociales que habíamos ido situando. Hemos visto a corporaciones cambiarse el color del logotipo en función de una fecha señalada y, sobre todo, hemos visto mucha hipocresía. Uno de los ámbitos donde más se ha evidenciado ha sido en el ecologista, con ejemplos como Endesa patrocinando la Conferencia del Clima cuando es la que más CO2 emite en España o Repsol presumiendo de tener placas solares sobre sus estaciones cuando la su actividad central es el petróleo. Después de años de picar mucha piedra, desde la lucha ecologista se ha conseguido evidenciar que esto es una estafa, y ahora la izquierda tenemos una oportunidad que no podemos desperdiciar.

Una de las grandes victorias ha sido poner un nombre a la limpieza de imagen: 'greenwashing' o ecopostureo. Un concepto que hace referencia a toda campaña de marketing elaborada por empresas para hacer ver que son ecologistas sin serlo o que realizan una acción por una supuesta sostenibilidad sin ser coherentes con el resto. Durante mucho tiempo, las entidades ecologistas han estado llevando a los tribunales estos comportamientos para ponerlos en evidencia, ahora se ha logrado otra victoria: se ha aprobado una directiva europea para impedir el ecopostureo. Si incluso la Unión Europea habla de ello, es que se ha logrado que la sensación de estafa sea hegemónica.

Evidenciar esta hipocresía ha generado una grieta en la derecha que hay que acabar de agrandar, para provocar que la jugada les salga al revés. Una vez situado que existen multinacionales que dicen ser algo que no son, es momento de pasar a la siguiente acción. Toca preguntarse si tiene sentido que las administraciones públicas colaboren con empresas que necesitan contaminar para no tener que cerrar e, incluso, si éstas deberían existir. Es momento de aprovechar la hegemonía de este debate para llevarlo a nuestro terreno: el de un modelo económico alternativo.

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