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Josep Maria Fonalleras
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La percepción de un final

Modest Prats decía que "aceptar sin más la realidad actual significa emprender el camino que conduce a la extinción del catalán"

Aula de un instituto catalán.

Aula de un instituto catalán. / Elisenda Pons

Por unas circunstancias que ahora no vienen al caso, me ha tocado releer un texto de 1989, 'Meditació Ignasiana sobre la Normalització Lingüística', un opúsculo publicado por la Fundación Caixa de Barcelona, obra del filólogo y profesor de la Universitat de Girona Modest Prats. Se cumplen 35 años de esa reflexión, hecha a la manera de los ejercicios espirituales de los jesuitas y aplicada a la situación de la lengua catalana. Prats se preguntaba de dónde venimos, dónde estamos, y hacia dónde vamos; hacía un repaso de la historia lingüística, de los esfuerzos reiterados por aniquilar el catalán, de las dictaduras sufridas y de todas las maniobras en contra. Luego, analizaba los años transcurridos desde la primera ley de normalización (buenas voluntades y efectividad discreta), rechazaba el bilingüismo (un paso previo a la disolución del catalán como mero sustrato del español) y pronosticaba una situación terminal que recibió muchas críticas desde el poder porque veían en ella un aire apocalíptico que no ligaba con el satisfecho optimismo convergente de aquellos años.

Prats decía que "aceptar sin más la realidad actual significa emprender el camino que conduce a la extinción del catalán". Y añadía: "Llegaremos pronto a un punto donde será imposible el retorno". De todo eso hace 35 años, lo repito. Y es estremecedor pensar que, en todo este tiempo, no solo no se ha revertido la tendencia, sino que ha aumentado la percepción de un final. Ya sé que puede tener un aire de queja absurda, paranoica; ya sé que puede parecer una exageración. Hace 35 años que muchos lo piensan. 

Mientras releía la 'Meditació...' he topado con los reportajes sobre los institutos de secundaria que publica EL PERIÓDICO. Se dicen cosas tan significativas, tan dramáticas, que no hacen sino remachar aquella profecía que ahora incluso parece ingenua. El profesor Alejandro López, del Apel·les Mestres de L'Hospitalet, dice que los alumnos le preguntan si también habla catalán fuera del instituto. Es la pregunta que haría un inocente alumno de latín de primero, incapaz de pensar que lo que está muerto pueda servir para comunicarse entre los vivos. ¡Lo ven tan estrambótico! Cristina Sans, del Instituto Montserrat Roig de Sant Andreu de la Barca, afirma que los jóvenes ven al catalán como una lengua de segunda categoria, con la idea de que es contemplada como el hablar de los profesores. Ambas respuestas dialogan entre sí: solo existe (y aun así) en el claustro, lejos de la realidad del patio y de las calles. Y otra. Muchos profesores desertan de utilizarla porque están más preocupados por la materia que por la herramienta que permite transmitirla. En esa misma reflexión ignaciana, Modest Prats escribía que “a lo largo de la historia muchas lenguas se han muerto y no ha pasado nada. ¿Por qué debemos considerar una catástrofe la desaparición de la nuestra?”. Lo planteaba no desde la aceptación, sino desde la última acometida posible. Esta, de hecho, es la pregunta esencial que debemos hacernos. "Si no nos hacemos, implacables, estos interrogantes, no iremos mucho más allá", decía Prats. Hace 35 años.

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