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Desperfectos
Valentí Puig

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Escritor y periodista.

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Puigdemont contra Illa

Sería saludable dilucidar una responsabilidad política: la de quién -cómo y por qué- ha decidido que las papeletas que la ciudadanía introdujo en las urnas el pasado 12 tenían un valor relativo

Salvador Illa felicita a Josep Rull tras ser elegido presidente del Parlament

Salvador Illa felicita a Josep Rull tras ser elegido presidente del Parlament / Zowy Voeten

El episodio de la constitución del nuevo parlamento autonómico se ha asemejado a un ensayo de regreso al pasado. Quedó patente el deterioro institucional de Catalunya a consecuencia del 'procés', porque la nueva presidencia no concuerda con los resultados de las elecciones ni con los cambios en la opinión pública en estos últimos años. Casi al mismo tiempo, la publicación de la ley de amnistía en el BOE concretaba la aportación de Pedro Sánchez a la nueva incertidumbre, que él concibe como pacificación. 

Con la truculencia declarativa de la mesa de edad y la composición de la nueva –“antirrepresiva”-, Junts estaba narrando un 'flashback' sesgado, con un plante al Tribunal Constitucional al aceptarse el voto delegado de Lluís Puig y Carles Puigdemont. ¿A quién investir ahora? ¿Illa o Puigdemont? ¿Habrá que ir nuevas elecciones? Puede argumentarse que es perder el tiempo, malgastar las energías de la sociedad catalana y ahondar en una crisis interna que afecta a las inversiones, la confianza y la marca Catalunya. La pérdida de competitividad incumbe a las nuevas generaciones, a la falta de oportunidades y a la ausencia de interés público. Habrá que agradecérselo a la astucia de Puigdemont y a la pugna entre Junts y ERC, con experiencia previa en negar la autoridad de la ley. 

No es imprescindible ser votante fiel del PSC para considerar que los resultados de Salvador Illa –ratificados ampliamente en las elecciones europeas del domingo- no quedan reflejados en la gestión del Parlament o que la presidencia de la Generalitat corresponde por lógica representativa al candidato socialista. Una treta no puede trastocar tanto la realidad, entre otras cosas porque los participantes en la conjura casi nunca han sido capaces de mantenerse unidos en sus objetivos. Queda por entregar el premio al eufemismo más grotesco a quien inventó la fórmula de “mesa antirrepresiva”. La acumulación de otros tantos eufemismos llevó al 'tsunami democràtic'. Es como declarar una república catalana por solo unos minutos. Así es como las maniobras de Puigdemont y sus aliados ponen en cuestión la representación política de los electores.    

Se podrá criticar al PSC si acaba liderando un nuevo tripartito, experiencia ya conocida y poco recomendable, pero ahora mismo esa no es la cuestión principal, sino propugnar unas formas democráticas de más exigencia ante los excedentes del populismo y su versión patrimonialista de Catalunya. Otro aspecto de la cuestión es la falta de entendimiento entre los partidos que se consideran integrados en el orden constitucional.

No se trata únicamente de que la política que dimana del 'procés' vaya en dirección contraria a la realidad de las cosas ni que desde la mesa del Parlament se ponga en cuestión a los jueces. Sería saludable dilucidar una responsabilidad política: la de quién -cómo y por qué- ha decidido que las papeletas que la ciudadanía introdujo en las urnas el pasado 12 tenían un valor relativo. No puede ser casual que quienes se han puesto de acuerdo para distorsionar aquel voto sean los partidos que peores resultados tuvieron. 

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