Opinión |
Ágora
Àlex Masllorens
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Incluso los miedos son selectivos

Los discursos negativos que apelan a los sentimientos y las emociones antes que a la razón están consiguiendo aquello que se habían propuesto: cultivar y multiplicar el miedo y la percepción de inseguridad

Jóvenes ultras desmontan la barrera policial durante el escrache a la sede socialista de la calle Ferraz de Madrid el 17 de noviembre

Jóvenes ultras desmontan la barrera policial durante el escrache a la sede socialista de la calle Ferraz de Madrid el 17 de noviembre / David Castro

Ya sabemos cuál es la fórmula mágica de la extrema derecha que está triunfando en Europa y, por extensión, también en nuestro país: existe una inmigración musulmana radical, que se niega a integrarse, que quiere imponernos su religión y sustituirla por la nuestra y que, encima, nos quita el trabajo y las ayudas sociales, es delincuente y okupa nuestras casas.

Lo más sorprendente, de entrada, es que una buena parte de quienes reaccionan negativamente ante estos mensajes tan simples y apoyan a las opciones más extremas probablemente no tienen piso y, en consecuencia, nadie se lo puede ocupar y, muy probablemente, tampoco practican ninguna religión, que es lo que pasa hoy con la mayoría de la población.

Queda claro, pues, que se imponen unas percepciones más que unas realidades, y que los discursos negativos que apelan a los sentimientos y las emociones antes que a la razón están consiguiendo aquello que se habían propuesto: cultivar y multiplicar el miedo y la percepción de inseguridad. Son el caldo de cultivo ideal para conseguir que una parte cada vez más grande de la población apoye propuestas autoritarias.

Pero vamos por partes. Por ejemplo, con las okupaciones. ¿Se ha explicado alguna vez que en Madrid ya hace tiempo que hay más que en Barcelona? No, evidentemente, ¡porque aquí había la Colau! Y tampoco se sabe que en nuestra ciudad ha habido cada vez menos en los últimos años. Y ¿qué hace que cuando se habla de los okupas que amenazan las propiedades nunca se haga referencia a los grandes tenedores y a los fondos buitres, que son quienes realmente se están apropiando de nuestras viviendas y hacen subir el precio estrepitosamente? ¿O por qué no se habla de gente como un conocido dentista andorrano que tiene varios pisos en el Eixample y los alquila a 480 euros al día? ¡Todos estos sí que son unos auténticos ocupas del parque inmobiliario!

Y ¿cuándo se menciona a los radicales que quieren acabar con la libertad, con nuestras costumbres y con los derechos políticos y sociales, por qué solo se piensa en el sector más extremo del islam? ¿O es que nadie se ha dado cuenta de que hay también entre nosotros una cada vez más numerosa colonia de sectas cristianas ultraconservadoras que pasan desapercibidas porque no suelen hacer ostentación de ningún atributo externo? Muchos seguidores de estas religiones militan fanáticamente contra el feminismo, justifican la sumisión de la mujer al hombre, defienden el creacionismo y niegan la emergencia climática, ignorando toda evidencia científica; se oponen a prácticas hoy tan elementales como la libre opción sexual, el divorcio, el derecho al aborto, la opción por una muerte digna, la libertad de culto... En definitiva, son iliberales, desean liderazgos unipersonales fuertes y propugnan una sociedad sometida y uniforme. Para ellos, la democracia y el liberalismo son pecados en sí mismos. Coinciden en la mayoría de planteamientos con los de la extrema derecha europea y americana y con los autócratas de todo el mundo. Por eso los partidos “ultra” no nos alertan de su presencia ni expresan ningún tipo de rechazo, puesto que justamente son sus mejores aliados y los utilizan y se sirven convenientemente. Ha sido así en el este de Europa, en los Estados Unidos de Trump, en el Brasil de Bolsonaro y en otros países latinoamericanos. Y son una muestra de hasta qué punto la percepción que tenemos del mundo en el que vivimos está claramente mediatizada (¡y cada vez más!) por unos prejuicios que no siempre responden a la auténtica realidad de las cosas. Todos somos susceptibles de caer, en un momento u otro, en una o más trampas de este tipo y, de paso, a convertirnos propagandistas inconscientes en las redes.