Cómo ser un traidor
A cualquier historia le está reservada la posibilidad, al menos eso, de que al final acabe mal, como uno nunca previó
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Una chica llorando, triste / 123RF
La Historia tiene varias constantes a lo largo del tiempo, y una de ellas es la traición. Existe a la par que la lealtad, y produce tanto espanto que solo pensar en sus mecanismos, en abstracto, te hace cerrar los ojos. Pero temerla no lo hace desaparecer, y menos aún que deje de ser una alternativa al alcance de cualquiera. Todos vamos a pasar por ese momento, o momentos, en los que alguien muy apreciado nos da la espalda, o se la damos, o somos nosotros quienes de pronto abandonamos a la persona que éramos y nos traicionamos a nosotros mismos. Pensaba en ello estas semanas, después de mantener algunas conversaciones sobre la amistad y su alcance, y todo lo bueno que nos depara siempre contar con los demás y crecer como parte de esa red que forma el afecto personal.
Parece que a veces la traición forme parte irremediable de la condición humana. A cualquier historia le está reservada la posibilidad, al menos eso, de que al final acabe mal, como uno nunca previó. El patrón se repite: el traidor deserta y huye sin mirar atrás; es mejor no ver. Necesita alejarse rápido del traicionado: a veces un amigo, a veces la familia, un partido, los compañeros, quizá un negocio, un recuerdo, una convicción, una moda. Por supuesto, con su acto el traidor se destruye también a sí mismo, aunque él prefiere pensar que ni siquiera es un traidor. Al contrario: es común que se vea como una especie de héroe.
Aquello que lo llevó a cambiarse de bando lo recuerda siempre de otra manera, no del todo parecida a como fue. Parte de su trabajo es organizar el olvido. Sin memoria se anda más ligero, como cuando las víctimas del nazi Klaus Barbie le echaron en cara sus crímenes, y Barbie replicó: «Yo no me acuerdo de nada. Si se acuerdan ustedes, el problema es de ustedes». Pero el sino del traidor es que toda su vida le recuerden lo que hizo. Pasarán los años, y siempre, de algún modo, será ese día, el de su traición, en el que, como en aquel verso de Juan Gelman, «hizo cuchillos con un instante del amor».
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