Opinión
Escritor y periodista
Juan Soto Ivars
Escritor y periodista
La pantalla no se toca
En la batalla encarnizada entre la novolatría pedagógica imperante y la sufrida resistencia de los profesores honrados, de pronto aparece caminando tan tranquilo Josep Maria Esquirol. Suenan los cañonazos para que la escuela sea una cosa o la contraria, pero él exhibe un absoluto desinterés por el silbido de las balas. Acaba de publicar 'La escuela del alma' (Acantilado), un libro donde toma una posición firme pero ajena al debate enconado. Su reflexión sobre ese lugar extraño donde el conocimiento se transmite en un juego de piromanía prometeica no es deudora de un bando: es producto de su propia filosofía y su experiencia como profesor.
Bueno, pero ¿para qué sirve la escuela? “Podría decirse que para nada”, responde con ironía flemática. He aquí a un hombre al que la escuela le importa demasiado como para ver en ella un medio con el que lograr unos fines o, peor todavía, como un producto o una fábrica de productos. “La escuela no es una mediación, sino una cima. Es un lugar que tiene sentido por sí mismo”.
Esquirol no evita en su libro las polémicas, sino que pasa perplejo por sus flancos. Todos los ítems o dilemas del debate desfilan por estas páginas, pero lo hacen con la laxitud de la arcilla en las manos de un artesano. Esto tiene una relación directa con su visión de la enseñanza: Esquirol, que es un filósofo de la cercanía, coloca junto al verbo “aprender” otro más infrecuente, “tocar”. Lo hace en el sentido de las cosas que se pueden manejar con las manos: las que no nos desbordan, las que pueden ser contenidas porque no nos convierten en esclavos o en adictos, e incluso asumidas. En este sentido, plantea que la escuela sea un lugar de resistencia frente al flujo desbordante del mundo digital donde todo sea manejable.
Podría pensarse que las pantallas se tocan, pues las manoseamos a diario, pero Esquirol, pendiente del flujo interminable que corre por ellas, ha sabido ver que no: las pantallas no se tocan. ¿Hay que sacarlas entonces del colegio o instruir a los niños en su uso? Ni una cosa ni la otra, opina. La técnica puede adoptarse, jamás adaptarse a ella, porque quien la adopta puede desconectar, pero quien se adapta ya no. “Al menos en el río de Heráclito uno podía bañarse; en este nuevo río del flujo, los pies nunca tocan el agua. El materialismo que necesitamos es el de los pies y de las manos, del agarrar, del acariciar, del trabajar las cosas. Un materialismo con un lema inesperado: ¡tocar!”
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