Opinión |
A 10 años de la abdicación
Joaquim Coll

Joaquim Coll

Historiador

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El final del 'juancarlismo'

La renuncia al trono fue un duro castigo, pero resultó imprescindible, tras evidenciarse su falta de ejemplaridad, para salvaguardar la institución de la Corona de sus enemigos

El rey Juan Carlos I abdica

El suspenso de Juan Carlos I en las encuestas "semanales" de Zarzuela influyó en su abdicación

El rey emérito disfruta de una mariscada de tres horas y media en Galicia

Lucía Feijoo Viera

Hoy muchos ya no se acuerdan, pero aún en 2002 el 'juancarlismo' gozaba de buena reputación. Ese año, el prestigioso hispanista inglés Paul Preston publicó la biografía 'Juan Carlos. El rey de un pueblo', que fue reeditada hasta el mismo 2014. Ahora mismo, una declaración de 'juancarlismo' tan explícita sorprende y refleja cómo han cambiado las percepciones. Durante años hubo mucha gente que se declaraba desacomplejadamente 'juancarlista' sin confesarse monárquico, mientras hoy la dificultad radica en defender la actual jefatura del Estado, con los reyes Felipe VI, Letizia y la princesa Leonor, pese a la indigesta herencia del 'juancarlismo'. No obstante, el mejor aliado para superar la encrucijada que sufre la monarquía es el tiempo.

Por un lado, la Constitución es casi imposible de reformar para cambiar “la forma política de Estado” y, excepto que surgiese algo gravísimo que afectase directamente al rey Felipe, el PSOE no va a dar un vuelco republicano, ni tampoco el PP, claro está. Por otro, el día que fallezca Juan Carlos la polémica sobre sus finanzas o vida privada desaparecerá y en el balance global de su figura “lo que ha pasado a partir de 2012 no tendrá tanto peso como su legado histórico”, afirmaba Preston en EL PERIÓDICO, con motivo del 45 aniversario de su proclamación como rey. Su papel para traer la democracia fue indiscutible, aunque sus convicciones democráticas fuesen dudosas y su nombramiento se lo debiera a Franco. Pero eso no importa, tuvo coraje en los momentos clave de la transición y demostró una enorme intuición hasta 1982. Después fue un jefe de Estado que cumplió muy bien su papel de neutralidad política (a diferencia de su abuelo, Alfonso XIII, no borboneó), participó con entusiasmo en situar a España en la escena internacional y actuó de 'embajador comercial', lo que en parte está en el origen de sus problemas. La abdicación fue un duro castigo para él, pero resultó imprescindible, tras evidenciarse su falta de ejemplaridad, para salvaguardar la institución de la Corona de sus enemigos, los mismos que querían destruir la Constitución de 1978. 

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