Opinión |
Peligro de extinción
Jordi Serrallonga

Jordi Serrallonga

Arqueólogo, naturalista y explorador. Colaborador del Museu de Ciències Naturals de Barcelona.

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Bichos invisibles y demás parientes

La vida en el planeta no desaparecerá; somos nosotros los que podemos colapsar de seguir eliminando peones en el complejo tablero de la naturaleza

Dos gorilas juegan entre ellos.

Dos gorilas juegan entre ellos. / Max Block

Catalunya cuenta con un buen puñado de especies biológicas al borde de la extinción; no es de extrañar que diversas instituciones catalanas, e incluso británicas (como es el caso del Chester Zoo), se pusieran las pilas para salvar al único vertebrado endémico: el tritón del Montseny. Es pequeñajo y poco vistoso, pero crucial para el ecosistema. Ahora bien, el impacto humano sobre el mundo animal no entiende de fronteras ni banderas. La semana próxima parto de expedición con destino a Uganda; una tierra donde chimpancés y gorilas –como en la recién estrenada película El reino del planeta de los simios – conviven junto a su primo más cercano: el Homo sapiens. 

Proteger a los pocos centenares de gorilas de montaña –no alcanzan el millar– distribuidos entre Uganda, Ruanda y R.D. del Congo, no significa que este simio ya se encuentre fuera del peligro de extinción. Antaño, la caza deportiva, el tráfico de especies exóticas y la destrucción del hábitat para uso antrópico, dejó una herida difícil de curar: la población simia estuvo al borde de la desaparición. Reaccionamos a tiempo, pero con limitaciones. La tasa de reproducción del gorila de montaña es tan baja que, junto con la llegada de pandemias (nuestra proximidad genética les hace sensibles a las enfermedades humanas), la actividad furtiva, los conflictos internos y la explotación de recursos minerales, hacen que el 'Gorilla b. beringei' permanezca en la lista de especies amenazadas. Lo mismo le ocurre al rinoceronte blanco con el que también tengo una cita en Uganda. Y el drama incluye a otros paquidermos cuando trabajo en Tanzania. Estúpidas modas, en auge entre gente con mucho dinero y poco seso, hacen que el elefante siga siendo diezmado en pos de sus colmillos; ¿qué satisfacción aporta una figura de marfil encima de la videoconsola? ¿O que el rinoceronte negro sea abatido para arrebatarle el cuerno de queratina? Las propiedades estimulantes de la virilidad, atribuidas a esta defensa anatómica, son una quimera; solo se sustentan en su forma fálica. ¿Acaso no sería más fácil hartarse a comer zanahorias y nabos con morfología de gran falo? Pero los tipos pudientes buscan diferenciarse a través de la tenencia de bienes de prestigio tan inútiles como caros e ilegales; y algunos de ellos proceden de animales en grave peligro de extinción. Es triste saber que el futuro de una entidad biológica dependa de la demanda de productos afrodisíacos para hombres impotentes en ideas.

Hemos hablado de animales invisibles icónicos: gorilas, elefantes, rinocerontes... Pero existen otros bichos invisibles que habrían de merecer todo el respeto y atención. Me refiero desde las aves, pasando por los reptiles y anfibios, hasta llegar a las plantas y a los animales más minúsculos: insectos, moluscos, corales, hongos, etc. Por ejemplo, es imposible la supervivencia del gorila de montaña sin los árboles, cálaos, hormigas, caracoles, ranas e incluso mosquitos que habitan el bosque impenetrable. Un ecosistema en el que cada personaje –lejos de su tamaño o la simpatía que le profesemos– ha de ser conservado por igual. Ni que sea por puro egoísmo de especie.

En efecto, la viabilidad de la humanidad depende de los insectos polinizadores que perpetúan las masas forestales, o de los manglares que purifican las aguas. Cada año desaparecen muchos de estos bichos invisibles a la opinión pública; y lo hacen en nuestras propias narices. ¿Dónde están las coloridas mariposas que antes revoloteaban por las ciudades catalanas? Tomemos nota: la vida en el planeta no desaparecerá, acabará tomando otros caminos y readaptándose. Somos nosotros los que, en breve, podemos colapsar de seguir eliminando peones en el complejo tablero de la naturaleza.

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