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Albert Sáez

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Director de EL PERIÓDICO

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Esquerra en la trinchera madrileña

Pablo Iglesias y Gabriel Rufián, en el Congreso.

Pablo Iglesias y Gabriel Rufián, en el Congreso. / EFE / JAVIER LIZÓN

En los primeros análisis tras la debacle de Esquerra del 12M se ha hablado poco de su actuación en Madrid en los últimos 5 años. La sensación dentro del partido es que los electores no han valorado su apuesta por el diálogo y los logros conseguidos, desde los indultos hasta la amnistía y el traspaso de Rodalies. La fórmula del gobierno Aragonès de combinar el orden con la negociación se ha desdibujado en la campaña electoral, en parte por la explosión de la emotividad con el regreso de Puigdemont y el paréntesis reflexivo de Sánchez y en parte porque Sánchez y su entorno siempre han estado convencidos de que un acuerdo con Catalunya no se podía hacer sin poner a Puigdemont en la ecuación. Siguen otorgando al espacio político de Junts la única representatividad de Catalunya.

Todo eso ha pasado, pero en esta campaña electoral ha habido otro subtexto. Los tres partidos que aspiraban a ganar apostaron por el diálogo, pero cada uno a su manera. El ganador, Salvador Illa, ha defendido que la presencia simultánea del mismo color político en los dos gobiernos daría unos resultados inmejorables. El que ha quedado segundo ha defendido que su posición negociadora era más favorable para conseguir logros al estar dispuestos a dejar caer a Sánchez si no cedía a sus pretensiones. Y el ejemplo que han puesto es la ley de amnistía, el único que han tenido hasta ahora. Frente a estas dos opciones, el discurso de la cara visible de Esquerra en Madrid, Gabriel Rufián, se basaba en reivindicar solo el plano ideológico y ha vendido siempre los acuerdos con Sánchez como la resultante de la necesidad de mantener a la izquierda en el poder. De manera que, en su lenguaje, Esquerra era como Sumar, un aliado exigente pero entregado antes de empezar la negociación. Quizás esta manera de expresar la estrategia de Esquerra es la que no ha entendido el electorado y ha preferido los originales a la copia que tiene lo peor de cada casa: ni es del mismo partido ni lo puede dejar caer.

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