Comercios
Jordi Alberich

Jordi Alberich

Economista

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La imparable libertad de horarios

Estamos ante unas dinámicas imparables, que podemos frenar a la desesperada o, en sentido contrario, asumir y dejar que cada cual haga lo que quiera

Alternancia de negocios abiertos y persianas bajadas, junto con obras de reforma, en la calle de Portaferrissa.

Alternancia de negocios abiertos y persianas bajadas, junto con obras de reforma, en la calle de Portaferrissa. / RICARD CUGAT

La gran afluencia de ciudadanos foráneos y locales a los ejes comerciales durante los fines de semana vuelve a plantearnos la posible conveniencia de una mayor libertad de horarios. Una cuestión recurrente desde hace décadas, y que parece como si no nos atreviéramos a abordar definitivamente. 

Quizás para entender el momento, resultaría útil empezar por observar algunas de las grandes transformaciones que ya se han sucedido desde que nos preguntamos acerca de dicha mayor apertura. Así, en pocos años ha emergido el comercio 'online' que, al no conocer de horarios, ya ha roto muchas de las viejas regulaciones. A su vez, es cada vez mayor el número de ciudadanos cuyos equilibrios laborales y familiares solo les dan para ir de compras los festivos. A ello, añadamos los numerosos turistas que nada saben de aperturas y cierres pues, como cualquiera en vacaciones, incluso desconocen en qué día de la semana se encuentran. Y, finalmente, ya son muchas las tiendas que, por una u otra razón, pueden abrir fuera de los horarios tradicionales.

Sin embargo, esa aspiración a una mayor apertura se encuentra con un doble rechazo frontal. De una parte, el del pequeño comercio, que teme no poder seguir la carrera de los grandes centros; y, de otra, el de quienes no quieren renunciar definitivamente al mundo de ayer, en el que todo resultaba más reglado y predecible, desde la vida familiar al trabajo. Sin duda, debemos defender ese comercio tradicional y no iría nada mal que las personas pudiéramos recuperar algunas viejas pautas perdidas que nos arraigaban y tranquilizaban. Sin embargo, levantar un muro contra la libertad horaria no es la solución.

Estamos ante unas dinámicas imparables, que podemos frenar a la desesperada o, en sentido contrario, asumir y dejar que cada cual haga lo que quiera. Pero entre una y otra opción, emerge la más sensata: conducir esta conveniente mayor libertad, de manera que respondamos a la demanda de los consumidores y, a la vez, seamos capaces de proteger el comercio tradicional y de evitar que ese 'no tener horarios' se soporte en una pésima calidad del trabajo.

Acerca del pequeño comercio, la experiencia de estos últimos tiempos nos muestra cómo su futuro pasa por la especialización y la proximidad, por ese reconocerse cliente y empleado. Veamos el caso de las librerías: se anunciaba su práctica desaparición y no han hecho más que multiplicarse, especialmente aquellas que tienen al frente a un librero que atiende y aconseja. 

Por lo que al trabajo se refiere, los horarios intempestivos y el abrir en festivos no puede sustentarse en unos empleados que aceptan los sueldos y horarios que sean con tal de ganar unos pocos euros, como sucede tan a menudo en ciudades que ya tienen plena libertad de horarios. En este sentido, aspectos de la reforma laboral y las sucesivas subidas del salario mínimo constituyen una cierta garantía. 

En resumen, la cuestión no es tan solo libertad de horarios: es encajar la inevitable mayor apertura en esa sociedad decente a la que aspiramos.