Opinión |
Ágora
Anna Grau

Anna Grau

Periodista, escritora y exdiputada en el Parlament

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El día que Paul Auster me prorrogó la inocencia

Es curioso cómo fragua la empatía. El escritor neoyorquino supo leer entre líneas mi aparentemente insignificante incidente con Salman Rushdie. Yo podía ser insignificante. Lo que me pasaba, no

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Paul Auster.

Paul Auster. / AP

Al enterarme de la muerte de Paul Auster, conté en un tuit: "Yo era una joven periodista desconocida en Nueva York el día que fui al PEN Club para tratar de entrevistar a Salman Rushdie. Rushdie tenía un mal día. Pasó de mí. Me gritó que me fuera. Paul Auster asistió desolado a la escena y con majestuosa timidez me preguntó si me 'conformaba' con entrevistarle a él. Lo hice, a salto de mata y casi tiritando. Años después, pude entrevistarle más despacio y como Dios manda. Hoy ese recuerdo es un tesoro"... Ese tuit lleva ya más de 488.500 reproducciones y 5.000 'likes'. Eso es muchísimo más que ninguna otra cosa que yo haya podido escribir jamás sobre política ni sobre nada.

Es curioso cómo fragua la empatía. Auster supo leer entre líneas mi aparentemente insignificante incidente con Salman Rushdie. Yo podía ser insignificante. Lo que me pasaba, no. Recuerdo sus ojos de un azul insuperable radiografiando los míos. Poco me faltaba para llorar (no es tan fiera, servidora, como parece...) y no lo hice por vergüenza, no por falta de ganas. Admirar a alguien como yo admiraba a Rushdie y que te decepcione como él me decepcionó a mí te pone en peligro de perder cierto tipo de virginidad. Yo pude no volver a ser la misma. Lo seguí siendo gracias a estar ahí Auster, echando un cable a mi inocencia literaria.

Acordarme de esto justo cuando me despido de otras partes de mi inocencia (la política, sin ir más lejos) me ha hecho pensar mucho. Ya puestos, les cuento otro momento de otra entrevista que hice en Nueva York. A Patti Smith. Fui a su casa temblando, porque se había puesto muy burra negándose a aceptar fotógrafo. Horror, pensaba yo. ¿Va a resultar ser una borde? Cuando la vi bajar las escaleras, todo recelo se disipó. Patti Smith es un poco bizca. No se sabe más porque lo oculta; precisamente controlando quién la fotografía y cómo. Me acordé de cómo en sus memorias describe el infierno de haber sido la novia feúcha de un jovencísimo dios griego llamado Robert Mapplethorpe. Al encajar todas estas piezas, me desbordó la ternura. Y la admiración. Fue una entrevista maravillosa. Al salir de su casa, fui a comprar un ramo de flores, lo dejé en su puerta, toqué el timbre y salí corriendo. El ramo llevaba una nota que decía: “Gracias por no decepcionarme”. Supongo que no me puedo quejar de haber tenido esa inmensa suerte por lo menos dos veces en la vida. De momento.