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Josep Maria Fonalleras
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Tener un altavoz

Uno de los secretos de Aliança Catalana consiste en la simplicidad de sus planteamientos políticos y el escaso trasfondo teórico

La extrema derecha independentista de Aliança Catalana entra en el Parlament con 2 escaños

Elecciones Catalunya: ¿Dónde ha ganado Aliança Catalana? ¿Qué resultado ha sacado en Ripoll, la ciudad de Sílvia Orriols?

La dirigente de Aliança Catalana, Sílvia Orriols, en el pleno de investidura de Ripoll.

La dirigente de Aliança Catalana, Sílvia Orriols, en el pleno de investidura de Ripoll. / DAVID BORRAT

Hace un año estuve en Ripoll, en el pleno de constitución del nuevo ayuntamiento. Después de una semana muy agitada, gracias a una inesperada maniobra de Junts, Sílvia Orriols fue proclamada alcaldesa. En el juramento como concejales y en la toma de posesión del cargo, los miembros de Aliança Catalana protagonizaron un esperpento nacionalista de vergüenza ajena. Un batiburrillo, en fin, de ancestrales derechos que nadie sabía de dónde procedían, bajo la protección del espectro de Guifré el Pilós, con barretinas incluidas. De aquel espectáculo, y de los posteriores comentarios que oí, saqué la conclusión que el ascenso de Orriols era una especie de broma (muy) pesada para los habitantes de la condal villa, estupefactos ante el nulo vuelo ideológico y los escasos recursos intelectuales de la nueva alcaldesa y de sus acólitos. "No quiero ni pensar qué habría pasado", me dijo un concejal de la oposición, "si hubieran tenido una base más sólida". Sin embargo, resulta que uno de los secretos de Aliança Catalana fue (y es) precisamente este: la simplicidad de sus planteamientos políticos y el escaso trasfondo teórico, más allá de proclamas como la reivindicación de un Estado “independiente, seguro y occidental”. Un Estado “occidental”: la traslación del eje obvio de la geografía a las coordenadas rituales de la civilización, según ellos, atacada por las turbas que amenazan con la “gran sustitución”, también conocida como “le grand remplacement”.

Pensé que la cosa no iría a más, pero me equivoqué. En este ascenso de ahora se han juntado varios factores. Determinados medios se han hecho eco de la candidatura de Orriols con la idea de demostrar que sí existe un independentismo xenófobo y racista, una extrema derecha con ocho apellidos catalanes. Así se desmontaba, en parte, la imagen bonachona de un movimiento que (a pesar de algún lamentable incidente verbal, que los ha habido) nunca ha destacado por defender exclusiones sociales de este tipo. Además, la percepción de la inmigración como problema se ha ido instalando en el imaginario de la sociedad. He tenido conversaciones con personas nada sospechosas de apoyar a postulados fascistas que no paraban de defender la necesidad de actuar con presteza para evitar una “enfermedad que nos afecta, como catalanes”.

Todo ello ha derivado hacia aquí, donde ahora estamos. Aquella Orriols que proclamaba que "hace más de mil años que los de Ripoll acunamos, impertérritos, la nación catalana", ahora expande los tentáculos más allá de la cuna. Con acciones municipales despreciables (como el intento de impedir el empadronamiento a los recién llegados), linchamientos mediáticos y declaraciones chapuceras (que han sido sancionados por la Generalitat) y con el ejercicio continuo de respuestas fáciles y simples a cuestiones difíciles y delicadas. La noche de las elecciones, Sílvia Orriols soltó la palabra clave: altavoz. Ahora lo tendrán. Ahora saben que lo tendrán. La simplicidad y el primitivismo, que son sinónimos del grito y del odio, se expanden mejor que la gravedad del pensamiento.

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