Opinión |
Revuelta agrícola

Entre el fin de mes y el fin del mundo

Hay un denominador común que trasciende las fronteras francesas: el campo tiene la sensación de que está pagando los costes de la política contra el cambio climático

Los agricultores protestan en Bruselas durante la cumbre europea

Los agricultores protestan en Bruselas durante la cumbre europea / DPA / EUROPA PRESS

Rafael Jorba

Rafael Jorba

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El movimiento de protesta de los agricultores franceses ha ido ‘in crescendo’ en las últimas semanas hasta llegar al estratégico mercado de Rungis, en la periferia de París. ¿Qué factores explican el descontento del campo francés y cuál puede ser su efecto contagio? Existen unas razones ‘franco-francesas’, ligadas al sentimiento de abandono del mundo rural, como es el caso de la sanidad, reflejado en varias películas de éxito, o el déficit de infraestructuras y el coste de los carburantes, que se expresó ya en la protesta de los ‘chalecos amarillos’.

Hay, sin embargo, un denominador común que trasciende las fronteras francesas y que es compartido por los agricultores y ganaderos de los países vecinos: en un mundo de percepciones, el campo tiene la sensación de que está pagando los costes de la transición energética y la política contra el cambio climático. Está más preocupado por llegar a final de mes que por el fin del mundo. El economista Christian Gollier, en una conferencia en el Collège de France, resumió así esta encrucijada: ‘Entre fin de mois et fin du monde’.

El texto, publicado por editorial Fayard (2022), alerta de los límites de la política contra el cambio climático: un sector de la población, en este caso los agricultores, está más preocupado por sus necesidades inmediatas. El arte de la política consiste precisamente en saber conjugar el interés general con los intereses sectoriales. Los agricultores, acechados por el ‘dogmatismo verde’, son doblemente fundamentales: por su papel estratégico y porque son los cuidadores del territorio.

En este contexto, las cifras y las percepciones divergen. La Política Agraria Común (PAC), que representa ahora un tercio del presupuesto de la UE, ha distribuido en el 2023 unos 53.700 millones de euros, con Francia, España y Alemania como principales beneficiarios. Sin embargo, la nueva PAC (2023-2027) refuerza la contribución de la agricultura a los objetivos de la UE sobre cambio climático, con más normas y reglamentos, como es el caso del aumento de las tierras en barbecho, que acrecientan el malestar del sector.

Más allá de las cuestiones técnicas, la protesta del campo francés es la punta del iceberg de un movimiento de fondo: el debate se ha colado ya en la agenda de las elecciones europeas del 9 de junio. Tras la inmigración, la agricultura. En ambos campos, la extrema derecha francesa piensa encontrar un terreno abonado. Jordan Bardella, el cabeza de lista del Rassemblement National (el antiguo FN), encabeza las intenciones de voto (30%) con diez puntos de ventaja sobre la lista macronista.

El joven Bardella, de 28 años, compite sobre el terreno con el nuevo primer ministro, Gabriel Attal, de 34 años, con un par de ideas simples: las élites contra el pueblo, los ‘urbanitas’ contra los ‘rurales’. Su discurso, como ocurrió con la ley de inmigración, contamina el mensaje liberal de Macron. Attal arremetió el domingo, en un encuentro con agricultores, contra la “competencia desleal” de los “países vecinos”, en alusión a Italia y España, y abogó por reforzar la “soberanía” alimenticia de Francia. Los agricultores españoles no deberían equivocarse de adversario.

Suscríbete para seguir leyendo