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Periodista
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Joan Cañete Bayle
Periodista
Periodista y escritor. Director de Estrategia de la Oficina de Proyectos Editoriales de Prensa Ibérica. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal de El Periódico en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (a cuatro manos con Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
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Informe PISA: Los resultados entre alumnado no migrante y migrante se igualan si se resta el 'factor pobreza'
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![Iniciativa de impulso a la lectura en la escuela Espronceda de Sabadell.](https://estaticos-cdn.prensaiberica.es/clip/274b2123-dd2b-4d22-aeb6-d9443be2e14b_21-9-aspect-ratio_default_0.jpg)
Iniciativa de impulso a la lectura en la escuela Espronceda de Sabadell. / Helena López
Debo de ser muy poco moderno, pero por mucho que le doy vueltas, no entiendo cómo se puede estudiar 'El Quijote' sin leer 'El Quijote'. O el 'Tirant lo Blanc', 'La Plaça del Diamant', ‘Moby Dick’ o 'Frankenstein', da igual la obra literaria. Es lo que sucede hoy en la educación obligatoria, donde se estudia literatura, se habla de ella, se preparan exámenes y los alumnos se examinan sin leerla. Conozco la teoría: los alumnos leen otros tipos de textos y hay que promover que la lectura no sea una obligación porque de lo contrario se desincentiva y es peor el remedio que la enfermedad.
No discuto (aunque no comparto) la base pedagógica, pero, casualidad o causalidad, al mismo tiempo que no se obliga a leer, los índices de comprensión lectora caen en picado. Quienes tenemos hijos en edad escolar no necesitamos PISA para saberlo, lo vemos a diario: la concentración está en extinción, reina lo audiovisual ('amateur', superficial, social, comercial), mantener la atención de los jóvenes es misión imposible, y a ellos, por otro lado, les cuesta un mundo construir textos coherentes y ricos en forma y fondo, ya sean escritos u orales.
Confieso que soy un letraherido, y debe de ser por este motivo que echo de menos en colegios e institutos un canon de lecturas obligatorio, innegociable, una lista de obras literarias que todos deberíamos leer. Adaptadas a la edad y a cada ciclo formativo, pero tampoco mucho, porque en el reto de entender algo difícil también radica el placer del proceso de aprendizaje. Leer novelas y después reseñarlas, comentarlas y trabajarlas me parece una paradigmática enseñanza multidisciplinaria por proyectos. Lo tiene todo: la lectura, la comprensión, la ciencia, la historia, la filosofía... Y también el entretenimiento.
No sé cuándo convertimos en verdad pedagógica la excusa del mal estudiante: que leer es aburrido. No lo es. Requiere, eso sí, esfuerzo, o al menos más esfuerzo que encadenar 'reels' de menos de un minuto en TikTok e Instagram. No me extraña que nuestros niños y adolescentes no nos crean, a la mayoría no se les ha creado ni en casa ni en la escuela la necesidad ni la obligación de leer. Tanto renegamos de la lectura que si a los más pequeños los Reyes les regalan libros estas Navidades, muchos de ellos serán chulísimos volúmenes llenos de desplegables, fichas móviles e incluso música, tan maravillosos (que lo son), que los críos, fascinados por los estímulos de cartón, no prestarán atención a los textos, abigarrados, incomprensibles, un mero complemento. Regalar un libro solo de texto es impensable, menudo aburrimiento, qué objeto más antiguo.
Mis hijos se ríen de mí porque muchos emojis, 'stickers' y otros símbolos de la comunicación por el móvil no los comprendo o los confundo, donde veo una calavera entiendo los significados asociados (muerte, veneno, ¿piratas?) pero no el significado que ellos le dan. No es, por tanto, el suyo un problema de comprensión ‘per se’, sino de la comprensión escrita, tal vez, quién sabe, a lo mejor, porque no leen. La simbología que han aprendido a manejar desde muy pequeños la comprenden muy bien, desde su significado literal (esa palabra que tanto repiten los adolescentes, hasta ser una coletilla) hasta sus múltiples significados implícitos.
Obliguémosles, pues, a entender la lectura. Hay que forzarles, sí, porque tienen tantos estímulos a su alcance que no requieren esfuerzo que por propia voluntad será difícil que lo hagan. Hagámoslo también por equidad, un concepto básico en la educación pública. Porque si no son las autoridades educativas las que deciden un canon básico de lectura en las escuelas, habrá que hacerlo en casa. Es obvio que los niveles de renta y de educación tienen una influencia directa en el tamaño (o la existencia) de una biblioteca en casa y en la capacidad de las familias de diseñar un canon de lectura para sus hijos. Si algunas corrientes pedagógicas llegaron a la conclusión de que los deberes acrecientan la brecha de desigualdad entre alumnos, ¿por esta misma razón no habría que estar a favor de crear un canon común de lecturas para todos y facilitar su acceso a todos los alumnos? Si no, en la lectura también creamos una brecha de desigualdad entre quienes pueden leer en casa, asesorados, y quienes no.
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