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Crece la guerra en la batalla de Gaza

Nada permite vislumbrar una atenuación del conflicto. Más parece que la posibilidad de agravamiento está ahí

La presión de Israel sobre Cisjordania pone a las fuerzas de seguridad palestinas al borde de la implosión

Hizbulá: "Lo que pase en el Líbano depende de lo que pase en Gaza"

Rescate desesperado en la zona de Khan Yunis, en Gaza.

Rescate desesperado en la zona de Khan Yunis, en Gaza. / Mohammed Talatene / dpa

A punto de cumplirse un mes de la guerra de Gaza, los efectos de la batalla se dejan sentir en Oriente Próximo en todas direcciones. Después de bombardeos de saturación, el Ejército de Israel ha puesto en marcha la ocupación de la Franja con combates casa por casa y calle por calle, con nula disposición a respetar el derecho internacional humanitario, y ha hecho que prenda la llama del conflicto en Cisjordania, donde las arbitrariedades de los colonos contra comunidades palestinas indefensas cuentan con el beneplácito de los militares. Al mismo tiempo, la tensión en la frontera del Líbano ha ido en aumento, el líder de Hizbulá, Hasán Nasrala, se ha prodigado en declaraciones amenazantes, en lo que no es más que una alianza de hecho entre su organización y Hamás, que tiene al grueso de sus dirigentes en el exilio. Condicionado todo ello con la implicación en la crisis de Irán, que asiste a las facciones palestinas radicales, a Hizbulá y a los hutís de Yemen, que, a distancia, se han unido al combate.

Frente a ese marco de referencia, se antoja escasa la capacidad moderadora de Estados Unidos mediante los viajes de Antony Blinken a la región. Su propuesta de establecer corredores humanitarios y pausas en la refriega para atender las necesidades más perentorias de la multitud hacinada en el sur de la Franja, expresada en términos parecidos a los de la Unión Europea, no hay forma de hacerla efectiva. Lo cierto es que el reconocimiento de primera hora del derecho de Israel a defenderse sin poner límites o condiciones a tal derecho lastra esa iniciativa y, al mismo tiempo, enfría las relaciones de Occidente con los países árabes, con opiniones públicas horrorizadas por las dimensiones de la matanza.

Nada permite vislumbrar en el horizonte una atenuación de la guerra. Más parece que la posibilidad de agravamiento está ahí, también en el frente norte, donde las milicias de Hizbulá ya demostraron en 2006 tener capacidad suficiente de enfrentarse y contener al Ejército israelí. Para Binyamin Netanyahu y sus aliados de extrema derecha, de la victoria en la guerra sin contemplaciones depende su supervivencia, después de que la comunidad de inteligencia fue incapaz de prever el golpe de mano de Hamás del 7 de octubre. En el frente palestino, las penalidades sin cuento que ha debido soportar la población a partir de entonces han nutrido las filas de Hamás con nuevos efectivos en Gaza e incluso en Cisjordania, cumpliéndose así el principio según el cual cuanto mayor es la respuesta indiscriminada israelí, mayor es la capacidad de los grupos radicales de captar adeptos.

Para rescatar el conflicto de esa lógica perversa haría falta que surtiera efecto la petición de Blinken de proteger a la población civil, la de los europeos de permitir que la ayuda entre en cantidad suficiente y constante por el paso de Rafah y que instalaciones concretas, como los hospitales, las escuelas y las oenegés queden a salvo de los bombardeos. Pero aceptar tales condiciones es poco menos que impensable para Netanyahu y sus aliados de extrema derecha. De momento, es inaceptable para el primer ministro y el sionismo mesiánico o confesional poner límites a la guerra; temen que tal cosa les pase factura cuando callen las armas y haya elecciones.