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Periodista y escritor. Miembro del Comité editorial de EL PERIÓDICO
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Andreu Claret
Periodista y escritor. Miembro del Comité editorial de EL PERIÓDICO
Periodista y escritor. Miembro del Comité editorial de EL PERIÓDICO
Riesgos y oportunidades de la investidura
Muchos catalanes no independentistas solo asumirán el sapo de la amnistía si los responsables del desaguisado de 2017 tienen que comerse también su ración de batracio
Sánchez pacta la amnistía con Aragonès y encauza el apoyo de ERC a la investidura
Junts carga contra el pacto PSOE-ERC y alarga la negociación para reforzar la amnistía
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Leonard Beard / Leonard Beard
De confirmarse acuerdos de investidura entre el PSOE y los partidos independentistas en la línea de lo que se ha barajado, estos presentarían no pocos riesgos, pero también una gran oportunidad. La oportunidad está en superar el trauma y las divisiones que España y Catalunya vivieron durante los años del 'procés'. Devolver las cuestiones propias de la política al ámbito de la política. Debatir de todo, dentro del marco de la Constitución, con la imaginación necesaria para que en la Carta Magna quepa un país plurinacional que no empieza ni acaba en Madrid.
En definitiva, empezar a abordar un problema que viene de lejos, que no se han inventado ni Oriol Junqueras ni Carles Puigdemont, y que es el del encaje de Catalunya en una España abierta, inclusiva, de talante federal, aunque el concepto no exista en nuestro ordenamiento jurídico.
Esta oportunidad, de la que habla con mesura Salvador Illa y con cierta imprudencia Pedro Sánchez, está a la vuelta de la esquina y quienes no quieran verla es porque no han salido todavía del asombro que les provocó el resultado electoral del 23J. (Por cierto, alguna conclusión tendrá que sacar Alberto Núñez-Feijóo de la espléndida soledad del Partido Popular).
Sin embargo, los riesgos del acuerdo de investidura también son evidentes, por mucho que la dirección del PSOE pretenda escamotearlos. El primero está en las expectativas. En calificar el pacto, si lo hay, de histórico. Quienes aluden al compromiso histórico con el que soñó el comunista Enrico Berlinguer para resolver la polarización de la política italiana en los tiempos de la Guerra Fría sugieren paralelismos que están fuera de lugar. Con la carga histórica que tiene detrás la cuestión de la España plurinacional, esta no va a resolverse en un acuerdo precipitado forzado por unas elecciones. El propio Sánchez echó por tierra esa idea, puede que sin pretenderlo, cuando habló de hacer virtud de la necesidad. O sea que menos lobos.
Lo que puede haber, si el tren no descarrila a última hora, es un acuerdo de investidura que habrá que transformar, partido a partido, en acuerdos de legislatura. Si todo sale bien, es cierto que Catalunya tiene la oportunidad de abrir un nuevo ciclo político, pero esto está por ver, porque las dificultades del nuevo Gobierno de coalición serán siderales. Para hacer una política progresista, teniendo en cuenta que necesitará los votos de Junts y PNV, y para avanzar en la cultura de la pluralidad teniendo en cuenta que tendrá enfrente 172 escaños. En estas circunstancias, que se olvide Sánchez de una paz celestial en Catalunya, tras la subida al ring de Puigdemont.
Ración de batracio
Hay otro riesgo que me parece apremiante. ¿Cómo explicar a los catalanes constitucionalistas, de derechas o de izquierdas, que les toca tragar el sapo de la amnistía? ¿Cómo no entenderlos, con lo que pasó el 6 y 7 de septiembre? Yo también me he planteado esta pregunta y mi respuesta no es la de que la presidencia de Sánchez lo justifica todo. Esto puede valer para los militantes socialistas, pero no para el común de los ciudadanos. Ni siquiera para numerosos votantes del PSOE. Muchos catalanes progresistas no independentistas asisten confundidos al frenesí negociador de Félix Bolaños y Santos Cerdán, y la única posibilidad de que el sapo no se les atragante es que puedan comprobar que los responsables de todo el desaguisado también tengan que comerse su ración de batracio.
Puede que no sea fácil en los próximos días, que estarán dominados por una campaña desaforada de la derecha, de la que lo único que cabe esperar es que no sea de talante golpista como propone José María Aznar. Sin embargo, para que no cunda el desánimo ante lo que será presentado como una transacción inmoral, conviene explicar que a Puigdemont y Junqueras no les gana nadie en el arte de olvidarse de los principios por los que compitieron a muerte en las últimas elecciones.
Efectivamente, no hay mayor sapo para un dirigente independentista que la renuncia a la unilateralidad, y se lo han zampado de un bocado. ¿O no es esto, un acuerdo de investidura para elegir el presidente del Gobierno de aquella España que tanto denostaron? Digan lo que digan. Aunque digan que lo volverán a hacer.
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