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Burocracia
Albert Soler

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Periodista

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Vuelva usted mañana, y pasado, y al otro

Y la semana próxima, volveremos. Y así, hasta que no necesite la Fe de Vida porque ya estará muerta. Tal vez se trata de esto, tal vez es un sistema para acabar con las esperas

Registro Civil de Sabadell

Registro Civil de Sabadell / MANU MITRU

Mi madre necesita una miserable Fe de Vida, un maldito documento que expiden en el Registro Civil para demostrar que está viva. Mi madre, 86 años, enferma del corazón y con problemas de movilidad, me necesita a mí para que la acompañe. Así que quedo con ella, la monto en el coche, conduzco, la dejo a la puerta del Registro, voy a aparcar el coche, regreso al Registro y entramos los dos. Naturalmente, como tooodas las gestiones a realizar hoy en día, se requiere este gran invento de la cita previa, que ya solicité por Internet.

(Inciso: las personas mayores que no tienen un hijo o alguien que lleve a cabo estas gestiones, están destinadas a morir en el plazo de una semana, de hecho ya están muertas y no lo saben, ya que están fuera de cualquier sistema).

-Ah, pues no consta la cita previa. Da igual, pasen, que como es una señora mayor, les atenderemos enseguida.

Los cojones. Nos sentamos. Lleno a rebosar de gente. Van pasando y nadie nos hace ni caso. Vuelve la señorita que nos recibió.

-En cuanto quede poca gente, la llamaremos.

El problema es que nunca queda poca gente, porque va llegando más. Al cabo de casi una hora, le digo a mi madre que ya volveremos otro día. Operación a la inversa: la dejo a la puerta del Registro, voy a buscar el coche, la recojo, la llevo a casa…

Días más tarde. Solicitar de nuevo cita previa por internet. Procuro imprimir un resguardo. Regresamos al Registro Civil (ir a buscarla, dejarla a la puerta, etc). Sorpresa: hoy no funciona el sistema informático.

-Pero da igual, pasen y siéntense, que ya la llamaremos- nos informa la misma simpática señorita de la otra vez.

Y allá que nos sentamos. Tenemos hora a las 10:10. Cada persona que va al mostrador tarda por lo menos media hora. O más. De vez en cuando, la funcionaria que atiende a los sufridos ciudadanos dice que perdón, que el sistema se ha colgado. Supongo que trabajan a mano y todo va despacio. Me abstraigo de la realidad imaginando que me encuentro en un país del tercer mundo (de hecho, la mayoría de gente que espera es de otros continentes), viajar con la mente es gratis y realmente el lugar da el pego, no falta ahí más que alguien vendiendo plátanos. Para conseguir más sensación tercermundista, avisan del turno a grito pelado, puesto que no funcionan tampoco las pantallas. Cuando llevamos tres cuartos de hora esperando, en vista de que la cita previa no sirve de nada, pregunto a la chica que tengo al lado a qué hora estaba ella convocada: a las 9:30, y le acaban de comunicar que tiene todavía para rato. Son las 11. Miro a mi madre, con sus muletas, su diabetes, sus tres 'by pass' y su tensión que sube y baja más abruptamente que el Dragon Kahn. Opto por recogerla, que no está la mujer para echarse horas sentada en una silla del Registro, y por llevar a cabo otra vez toda la operación a la inversa, dejándola de nuevo en casa.

Y la semana próxima, volveremos. Y la siguiente, otra vez. Y así, hasta que no necesite la Fe de Vida porque ya estará muerta. Tal vez se trata de esto, tal vez es un sistema para acabar con las esperas y, de paso, eliminar a bajo coste a toda esta generación de viejos que no hacen otra cosa que molestar.

En el mismo instante que nosotros estábamos en el Registro, el niño barbudo que tenemos de presidente estaba en el Senado, pero no para tratar del colapso de la justicia y de otras competencias que tiene transferidas, sino de la amnistía para sus amigos, que importa más.

A pesar de todo, debo reconocer que en el exterior del Registro no había ningún perro atado a farola ni árbol alguno. Qué suerte tienen, de que el Gobierno se preocupe por su bienestar.

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