Escritora.
Meryem El Mehdati
Escritora.
Lo que toca
Que un joven de 22 años necesite tener dos trabajos para mantener a su familia no es una conmovedora historia de superación sino el retrato del fracaso de un país
El potente mensaje de un joven pluriempleado a los adolescentes de clase alta
La generación TikTok pasa de política
De todos los sucesos que han tenido lugar estas semanas uno ha llamado mucho mi atención: el nacimiento de una nueva estrella fugaz o juguete roto de serie, no tengo del todo claro cómo referirme al fenómeno. El protagonista de la historia ha generado simpatías entre gran parte de los testigos de su aparición. Unos le aplauden porque también viven ese tipo de sacrificio todos los días y al ser humano le calienta el pecho y le consuela mucho verse reflejado en las historias que durante uno o dos días dan vueltas por el circuito televisivo. Otros porque han visto la oportunidad perfecta para volver a hacer gala de la facilidad con la que la clase obrera es pisoteada muy a menudo –todos los días, diría yo– bajo la premisa del trabajo duro, el esfuerzo y la constancia; confeti y tarta para los que tengan hambre.
Como viene siendo costumbre en estos tiempos, todo comienza con un vídeo de TikTok que se hace viral. Consumimos o devoramos contenido durante horas en un 'scroll' infinito, al que nos hemos vuelto adictos, vídeo a vídeo. Existen tantos tipos de fentanilo en el mundo, y encima este es gratuito. Un muchacho llamado David se graba de camino a algún lugar y con la mirada clara, la mirada limpia, le pregunta a un público que todavía no tiene: "Yo vengo de una familia humilde y estoy matándome a trabajar dos trabajos, ¿para qué? Por ejemplo, el otro día, le faltan unas zapatillas a mi hermana, fui y se las compré. ¿En casa falta aceite? Compro una botella grande de aceite, y aquí estoy intentando sacar a mi familia adelante y es lo que toca".
Su interlocutor es todo aquel que venga de una familia que sí puede ofrecer unos estudios y un dinero a un sujeto tácito que menosprecia y despilfarra algo tan valioso. Este primer vídeo genera muchas preguntas sobre esos dos trabajos que David compagina para ayudar a su familia, tantas que el muchacho hace un segundo vídeo explicando que de 10 y media de la mañana a siete u ocho de la tarde trabaja repartiendo los pedidos de una conocida tienda de comercio electrónico–sí, esa que prácticamente obliga a sus empleados a orinar en botellas de plástico con tal de no retrasar ni un segundo sus entregas a domicilio– y luego, de nueve a una de la madrugada, en un VIPS. Los vampiros no tardan en llegar y comienzan a clavar los colmillos en la historia, las barrigas llenas de sangre y miserias ajenas. Esto es un ejemplo de superación, qué orgullo habrían de sentir sus familiares, qué buen modelo para los jóvenes de hoy día. Me pregunto qué padres pueden sentir orgullo al ver el rostro cansado y derrotado de un hijo suyo.
Repugnante filantropía
En el programa de Toñi Moreno entra un empresario que, además de dejarle a todo el mundo clarísimo cuál es su nombre, le regala un coche a David para que pueda dejar de ir a esos dos trabajos a pie. Se me viene a la cabeza Engels y esa forma en la que primero se le chupa hasta el tuétano de los huesos al trabajador, y luego, se practica con él una repugnante filantropía para que aquellos que lo explotan puedan presentarse frente al mundo como benefactores generosos mientras les dan migajas a sus víctimas y no lo que les pertenece.
Qué ser humano tan digno, David, no como los otros, los 'influencers', esos que no dan un palo al agua y no se superan y no se esfuerzan ni sufren ni se dejan la juventud y la vida por lo que tienen. Que un joven de 22 años necesite tener dos trabajos para mantener a su familia no es una conmovedora historia de superación sino el retrato del fracaso de un país y de todo el sistema sobre el que se sustenta, pero ninguna presentadora de televisión va a explicarle eso a su audiencia porque tendría que admitir, entonces, que ella también forma parte del engranaje destinado a aleccionarnos y mantenernos mansos a todos. Que haya padres que no tienen ni para las playeras de sus hijos o críos a los que no les queda otra que ponerse a trabajar a los 16 porque si no lo hacen, quizá no se coma en casa, no tendría que conmovernos ni emocionarnos. Tendría que enfurecernos. Mucho, además.
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