Tráfico

Movilidad personal y perseguida

Un usuario de patinete, con un casco de moto, circula por una calle de Barcelona

Un usuario de patinete, con un casco de moto, circula por una calle de Barcelona / Zowy Voeten

Alejandro Giménez Imirizaldu

Alejandro Giménez Imirizaldu

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La estadística recuerda tristemente cada año que los decesos al volante son fruto de velocidades excesivas. No es casualidad que el límite impuesto por la Dirección General de Tráfico a los vehículos de movilidad personal, patinetes y otros ingenios, sea de 25 km/h. Por debajo, la muerte en colisión se reduce al mínimo. A 50 te matas la mitad de las veces. A partir de 80 no lo cuentas porque, como en bici o moto, la carrocería viene de serie, es la envolvente blandita de una frágil osamenta de fosfato cálcico. Traumatología da fe: la mitad de accidentes de patinete que llega al hospital lo hace con fractura múltiple, sobretodo de brazos y piernas. Y sin seguro. A multar.

Gorka Pradas, portavoz de la Associació d’Usuaris per a la Mobilitat Personal, valora esta proliferación de sanciones como una campaña, con sus objetivos y limitaciones. Entre los primeros, el control de actitudes vandálicas. Hay multas que son justas y necesarias, accede, como las que penalizan a quien circula por la acera, al que lleva pasajero, va escuchando música con auriculares o supera el límite de velocidad. Otras son cuestionables, como las que exigen casco, poniendo la autoridad municipal por encima del criterio de la DGT, que solo lo recomienda. Pradas apuesta por un trabajo de fondo, centrado en la formalización de una red simplificada en la que pueda compartirse la calle mediante un control estricto de la velocidad. En primer lugar la de los coches. Es, en su opinión, el miedo al coche el que alienta infracciones: “Te subes a la acera porque te asustan en calzada”. De todos los accidentes de patinete, indica, solo un 18% tiene como víctima a un peatón, mientras que las colisiones contra otros vehículos forman el porcentaje de mayor gravedad. En ese sentido, la red dividida produce el perverso contraefecto de estimular el acelerador. Más que si se operara en plataforma única o calzada cívica. Apuesta por una segregación muy clara, en cambio, del transporte público en superficie. Los autobuses no conviven bien con los VMP y su velocidad comercial debe garantizarse mediante carriles específicos. Lo del metro sigue pendiente.

Pau Morera es un joven que estudia para sanitario y trabaja en emergencias. Usuario pionero del patinete, sobre el que se desliza desde la infancia por todas partes, ha encontrado en el desarrollo de motores eléctricos cada vez más potentes y eficaces una solución a su movilidad metropolitana. Discrepa desde L’Hospitalet de esa idea de plataforma cívica y reclama carriles adicionales correctamente separados de coches y taxis, porque no respetan la distancia de seguridad ni los límites de velocidad. Comparte con otros patinadores entrevistados el miedo en calzada y una percepción: se les multa por infracciones que las bicicletas cometen todo el rato ante las narices de los agentes del orden público. Perseguir y dividir a los pequeños no es manera, deja intuir, de conseguir el mayor compromiso con las normas y el respeto hacia quien las dicta.

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