Opinión |
Parece una tontería

Prisas de último minuto

Cuando actúas con una admirable, escandalosa e irritante calma, alguien, en realidad, la está teniendo por ti, liberándote de algo que se llama 'trabajo sucio'

Prisas

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Juan Tallón

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No tener prisa nunca, ni siquiera en el último minuto, cuando las cosas muchas veces se ponen feas, conduce a una forma de vida irrealizable. ¡Pero cómo vas a vivir sin prisa, alma cándida! La prisa está siempre en el aire. No la haces desaparecer sacudiendo las manos, como si fuese un olor pestilente, o poniendo la mente en blanco. Es inagotable, no se toma respiros. Si se acaba, seguramente no era prisa. Me pregunto cómo se puede existir sin acelerar en un momento dado el movimiento, sin miedo a llegar tarde, a dejar escapar una oportunidad. En definitiva, sin perder la cabeza porque el tiempo se agota. Y la repuesta es que no se puede. ¿Qué sistema de organización personal tan perfecto lo facilitaría?

Cuando no tienes prisa, y actúas con una admirable, escandalosa e irritante calma, alguien, en realidad, la está teniendo por ti, liberándote de algo que se llama 'trabajo sucio', siempre desagradable. El truco es burdo. Yo lo ejecuto a diario con mi hija, que, por edad, y quizá por carácter, nunca acelera el paso empujada por el reloj y las circunstancias adversas.Tiene una extraña relación con los últimos minutos, incapaz de diferenciarlos de los primeros o de los del medio. Debe de parecerle que el tiempo es inagotable, y que, cuando pasa, siempre hay más, para su disfrute. Pocas expresiones la dejan tan indiferente como cuando consulto la hora y le grito: "¡No llegamos!", "¡Rápido!", "¡Es tardísimo!", "¡Corre!", "¡Espabila!". Es como si hubiese leído a los clásicos latinos a escondidas y supiese que hay que apresurarse despacio hacia las cosas. En el último segundo soy yo quien se vuelve loco y ejecuta toda una cadena de acciones desesperadas que nos hacen llegar de milagro a la hora.

Existe una edad a la que no diferencias las cosas por su importancia, sino por el placer que producen. La poca experiencia te dice, además, que, pase lo que pase, quizá la vida continúe, pero no se va a ningún sitio, te espera, no tienes que someterte a la velocidad endiablada del mundo: tú decides si algo corre prisa. Fantasías. Pero esa edad tierna pasa. Si eres un privilegiado, a lo mejor un día, después de muchas prisas, retorna.

Recuerdo un relato de Grace Paley en el que la protagonista se encamina a la biblioteca y descubre que adeuda 32 dólares a la institución en concepto de multas, porque hace 18 años que se llevó dos libros y todavía no los ha devuelto. "No entiendo cómo pasa el tiempo", afirma. "He tenido esos libros. He pensado con frecuencia en ellos. La biblioteca solo queda a dos manzanas", pero por alguna razón nunca experimentó "prisa en devolverlos".

Por si la edad de la calma no vuelve, y seguramente no lo haga, es bueno saber que algunas cosas solo consiguen hacerse a cambio de que uno experimente la prisa, el aliento del tiempo acabándose. Solo entonces, cuando las urgencias lo devoran, y teme las fatales consecuencias de no hacerlas, las hace. Son un milagro las prisas.