Cara de niña, cuerpo de estrella porno
Los adolescentes y la eclosión de las nuevas tecnologías
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Una chica de veintipocos años entra en la tintorería del barrio.
—¿Podrías tenerme la falda lista para mañana?
—¿Qué falda? —pregunta la dependienta, perpleja ante el mostrador vacío.
—La que llevo puesta. Me la he manchado de protector solar; vengo de la playa.
La tintorera, amabilísima, nada que ver con la familia de los tiburones, asiente. Acto seguido, la muchacha se baja la cremallera, se queda en paños menores y sustituye la falda roja por un pareo que se ata a la cintura con suma gracia. Le queda estupendo. Sonriente, sale del establecimiento dejando tras de sí un rastro de sutil liviandad, mientras la observamos marcharse con cierta condescendencia entre maternal y 'boomer'. La dependienta y una servidora, más o menos coetáneas, enhebramos una charla sobre la magia de la juventud, la efímera edad de la frescura, la despreocupación, la inocencia, las posibilidades infinitas.
—¿Sabes? —dice la tintorera—. Tal vez me quitaría algunos años de encima, pero volver atrás, ser joven en estos tiempos, ni hablar. ¡Qué difícil!
Regreso a casa pensando en el asunto y en la canción aquella de Cliff Richard, 'The Young Ones', que exhorta a los jóvenes a no tener miedo. "Vivir, amar, mientras la llama está viva, / porque no seremos jóvenes por mucho tiempo". No te das cuenta y en un suspiro han pasado 20, 30, 45 años, los que acaba de cumplir EL PERIÓDICO.
Qué difícil ser joven ahora, sí. En la radio hablan sobre el caso de Almendralejo (Badajoz), donde se investigan al menos 22 denuncias de 'deepfake', de niñas cuyos rostros se han trucado con cuerpos desnudos mediante inteligencia artificial para difundirlos luego por redes sociales. Los presuntos autores de los 'collages' atroces tienen edades comprendidas entre los 12 y los 14 años.
Campo minado
"Vivir es una agresión", escribió la norteamericana Susan Sontag. Cierto. La vida es un campo de minas, sobre todo en la adolescencia, cuando la herramienta del discernimiento aún no está pulida. Lo fue antes y lo sigue siendo ahora, con el agravante de que las nuevas tecnologías facilitan el acceso a pornografía dura a edades cada vez más tempranas. En este sentido, la memoria de la Fiscalía relativa a 2022 resulta demoledora. El texto habla de una "explosión delictiva" entre niños y adolescentes, al tiempo que alerta del preocupante aumento de los delitos contra la libertad sexual cometidos por menores (un ascenso del 45,80% respecto de 2021).
Nos enfrentamos a una sociedad nueva, infinitamente compleja, donde la libertad abre caminos espectaculares, pero atenazados por el caos. Adultos, padres, profesores educadores no debemos seguir mirando hacia otro lado ni condescender con que un móvil sofisticado, sin control parental, sea el regalo estrella de las comuniones.
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