Un campeonato de silencio
Uno se pregunta por qué, en toda Europa, y solo que lleguemos a Perpinyà, ni niños ni adultos gritan en piscinas o cafeterías, y parecen divertirse mucho
![Niños en el patio de una escuela](https://estaticos-cdn.prensaiberica.es/clip/083c3cac-aab9-465a-a0a7-60a1f968dab5_16-9-discover-aspect-ratio_default_0.jpg)
Niños en el patio de una escuela
![Sílvia Cóppulo](https://estaticos-cdn.prensaiberica.es/clip/c993c33a-4765-41d2-a0d4-c17badafba33_source-aspect-ratio_default_0.jpg)
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Sílvia Cóppulo
Periodista y psicóloga.
Licenciada en Psicología y Doctora en Comunicación. Profesora de Comunicación en la Universitat de Barcelona
De repente, les sueltan. Los niños salen al patio del colegio sin otro límite para gritar que su propia capacidad pulmonar. Los maestros, al fondo, mudos, ajenos e impertérritos. Se supone en estas latitudes, que el griterío es la expresión de la alegría y la vitalidad infantil. Unos metros más allá, el tráfico no ceja: el ruido del tubo de escape modificado excita al motorista. Los frenazos del deportivo le ponen al conductor. El autobús, ensimismado en su ruta, frena, para y arranca sin atender a decibelios. Soltamos tensión a golpe de claxon, y la retroalimentamos también.
Descubrimos un silencio sobrecogedor durante el confinamiento. Si primero fue sinónimo de enfermedad y miedo, al fin, nos permitió relajarnos y saborear cada instante: una imagen, un paseo, la luz. Aprendimos entonces a escuchar mejor a nuestros cuerpos y nuestras almas. Las nuestras, las de todos. Las cosas pequeñas resultan grandes y son insonoras, como la amistad y el amor, la paz y la salud.
Uno se pregunta por qué, en toda Europa, y solo que lleguemos a Perpinyà, ni niños ni adultos gritan en piscinas o cafeterías, y parecen divertirse mucho. ¿Por qué Barcelona continúa siendo una de las ciudades más ruidosas del mundo? Como les contamos hoy en EL PERIÓDICO, proliferan las entidades que quieren conseguir rebajar el sonido de los patios de las escuelas a golpe de sanción. Pero la punición y el castigo tienen pata corta.
Lo bueno sería generar refuerzos positivos y empatía. ¿Se imaginan un campeonato de silencio entre colegios, con premios jugosos para los niños y las escuelas, sufragados por patrocinadores? El profesorado educaría en lo positivo de hablarse sin gritar, también en los patios. Entrenamientos, prácticas, medición de decibelios en cada una de las distintas actividades, jornadas, jueces, semifinales, triunfos, alzar la copa del silencio y subirse al pódium. Solo de imaginarlo se me abre un mundo de oportunidades que me da mucha más alegría y esperanza que ir viendo cómo se persigue a los niños que no han tenido la suerte de ser educados en la voz queda y la palabra.
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